El timbre de gloria de la literatura medieval europea reside en su extraordinaria capacidad de fabulación: una perpetua proliferación de historias, compuestas en prosa o en versos para recitar o en forma de piezas dramáticas para representar.

Estas historias abarcaban la totalidad del mundo conocido, tanto su pasado como su presente. Por primera vez toda la vida humana, desde los privilegios de la nobleza hasta las penurias de los campesinos, pasando por el creciente estamento de los comerciantes y los artesanos, estaba representado con todo su bullicio y contrastes en una literatura.

Por lo que hacía a temas y técnicas, las historias medievales abarcaban desde las más cómicas obscenidades hasta las agudezas eruditas, desde el simple y popular romance hasta la sátira mordaz, desde las supersticiones del vulgo hasta las elucubraciones teológicas. Tanto para el pueblo llano omo para la aristocracia, el entretejido de estas historias configuraba la principal fuente de educación y de placer.

Pero dado que, fuera de la iglesia y la nobleza, contadas eran las personas capaces de leer y escribir, la parte de esta riqueza que ha sobrevivido debió cumplir dos condiciones: pasar a la página escrita y ser conservada por comunidades religiosas o nobiliarias.

Las tres colecciones de historias medievales que alcanzaron mayor fama en su tiempo y una más segura posterioridad fueron Las mil y una noches, el Decamerón y los Cuentos de Canterbury.

Aunque la primera de ellas no se dio a conocer por escrito en Europa hasta el siglo XVII, sus temas circulaban oralmente desde mucho antes, hasta el punto de que es posible reconocer varias de sus historias entre las que el italiano Giovanni Boccaccio (1313-1375) compiló en su célebre Decamerón. El bastidor sobre el que Boccaccio montó extraordinario fresco fue el brote de peste que asoló Florencia en 1348.

LOS CUENTOS DE CANTERBURY

Geoffrey Chaucer tomó como modelo el Decamerón para componer sus cuentos de Canterbury, una colección inacabada de 24 historias que se desarrollan a lo largo de más de 17.000 líneas de verso y prosa.

En este formidable fresco, que incluye representantes de todas las clases sociales de la Inglaterra medieval, una treintena de peregrinos hace más descansado su camino narrando diversas historias, mientras cabalgan desde la posada de Southwark hasta el santuario de Tomás Becket, en Canterbury.

El genio de Chaucer brilla sobre todo en la utilización combinada de los recursos de la narrativa de su tiempo: el romance cortés, la alegoría, la narración devota, la fábula con animales o el fablian picaresco (breve narración por lo general en pareados octosílabos, que tuvo su origen en Francia en el siglo XII), se alternan para conseguir la mayor eficacia y dinamismo del relato.

LA POESÍA RELIGIOSA

Dado que las preferencias de las sociedades eminentemente laicas de las últimas centurias se han decantado por autores como Chaucer, Boccaccio o el Arcipreste de Hita, se suele olvidar con excesiva frecuencia que el tema predominante de la literatura medieval no es otro que el religioso.

Un ejemplo de esta popularidad fue durante siglos The Golden Legend («La leyenda dorada») un manual de formación religiosa que contenía vidas de santos, sermones y otras piezas piadosas.

La principal poesía religiosa medieval era aliterada, para facilitar su transmisión oral.

Aparte del mencionado manual, en ese sentido merece mención el Pedro Labrador, un vasto poema escrito entre 1360 y 1380 por William Langland. Se trata de la descripción de un sueño de tipo apocalíptico, a través del cual un humilde campesino accede al camino de la verdad y la pureza, realizando una suerte de «imitación de Cristo»

MISTERIOS Y MORALIDADES

Durante los festivales religiosos, que asiduamente se celebraban en toda la Europa medieval, era infaltable la representación de los Misterios, pequeñas piezas didáticas basadas en la evolución de la humanidad según los principios cristianos y en las populares vidas de los santos.

Escritos por religiosos e interpretados por los vecinos, por lo común en el interior o en el atrio de las iglesias o sobre enormes carros construidos para tal fin, los misterios eran tan suntuosos en su puesta en escena como se lo podía permitir cada comunidad.

El peso de la realización fue recayendo en los gremios de artesanos, por lo que se supone que el nombre «misterios» proviene del francés métier aunque no tardó en derivar a la concepción más amplia de «verdad religiosa».

Algo más tarde, en el siglo XV, hicieron su aparición las moralidades, que no eran otra cosa que sermones representados.

Alcanzaron enorme popularidad, sobre todo en Inglaterra, donde destacaron títulos como El castillo de la perseverancia, Everyman y más que ninguno acaso el coloquial y sorprendente obsceno Magnificencia de John Skelton.

El objetivo de las moralidades era representar, en forma accesible para públicos incultos y con frecuencia tumultuosos, la lucha contra el pecado y el proceso que permite al hombre común llegar a la salvación de su alma.

ALEGORÍAS Y FÁBULAS

Las alegorías fueron un subgénero de las moralidades: verdades metáforas escénicas en las que los personajes representaban cualidades abstractas, como los siete pecados capitales y las virtudes que se les oponen.

La tradición alegórica nació a partir de El romance de la rosa y se desarrollaría a lo largo de los siglos siguientes como La reina de las hadas, de Edmund Spenser o El viaje del peregrino, del notable inconformista John Bunyan.

Por otra parte, la palabra fábula describe desde antiguo una narración brevem en verso o en prosa y con una moraleja, que trata un determinado tema por medio de sucesos míticos o extraordinarios. En la Edad Media abundaron sobre todo las fábulas protagonizadas por animales, siguiendo la tradición establecida por el semilegendario Esopo.

Acaso el personaje de mayor presencia en las fábulas medievales sea Reinard el Zorro, héroe o villano. Otra fábula que conoció diversas versiones es La lechuza y el leñador, un debate religioso sobre el matrimonio entre la lechuza, que encarna la visión ortodoxa de la Iglesia y el ruiseñor, que propone la filosofía del amor cortés.

LA ALTA EDAD MEDIA ESPAÑOLA

Las primeras manifestaciones literarias que se conocen en español son fragmentos de canciones líricas, mozárabes o andalusíes, conservadas en las jarchas. Algunos de estos fragmentos están datados en el siglo XI, lo que otorga a la literatura española la mayor antigüedad, en lo que hace a testimonios líricos, entre las diversas literaturas románicas.

En todo caso, a partir del Cantar del Mio Cid, la extensión literaria se desarrollará en España sin solución de continuidad.

Tan temprano como en los siglos XII y XIII pueden datarse títulos significativos como el Auto de los Reyes Magos, Disputa del alma y del cuerpo, Vida de Santa María Egipcíaca o Libro de los tres Reyes de Oriente.

Precisamente en el pasaje entre los siglos XII-XIII se produce el fenómeno de madurez conocido como mester de clerecía de gran precisión formal y basado en la cuaderna vía: estrofa de cuatro versos alejandrinos con un mismo consonante.

Este género es una reelaboración erudita y con una temática más amplia del mester de juglaría de los trovadores, y en él destacará por encima de todos Gonzalo de Berceo, educado en el monasterio de San Millán de la Cogolla, cuna del castellano.

En su importante obra, que auna la erudición a la sencillez expresiva, se dan tres claros apartados temáticos: las vidas de santos, los textos de tipo religioso en general y las obras marianas que consolidaron su fama (Milagros de nuestra Señora, Loores de Nuestra Señora, Duelo que hizo la Virgen el día de la Pasión de su Hijo). Contemporánea de Berceo es la adaptación al castellano del Libro de Apolonio y del Libro de Aleixandre así como la importante gesta que se conoce como Poema de Fernán González.

Por lo que hace a la prosa castellana, su definitiva maduración va asociada a la ingente obra del rey Alfonso X el Sabio, gracias a la cual la nueva lengua se convirtió en instrumento apto para la historia, el derecho, la ciencia y la narrativa, al tiempo que el léxico de que disponía hasta entonces, por exigencias metodológicas de la tarea del erudito monarca, sen enriqueció considerablemente.

LA BAJA EDAD MEDIA ESPAÑOLA

Ya en la primera mitad del siglo XIV aparecen textos en prosa de gran valor literario, como el libro de caballerías, El Caballero Cifar, y sobre todo, la notable producción del infante don Juan Manuel sobrino de Alfonso X y que ejercitó altos cargos de gobierno.

De su abundante producción sobresalen el Libro del caballero y el escudero, el Libro de los Estados y, considerado su obra maestra, el que sustentó su merecida fama: Libro de los exemplos del Conde Lucanor o Libro de Patronio, que junto con el Decamerón de Boccaccio es uno de los textos fundacionales de lo que sería la novela europea.

Más o menos contemporáneo de este alto momento de la lengua castellana es el apogeo de las cánticas gallegas y la aparición de figuras fundamentales de habla catalana, como el sabio y polígrafo Ramón Llull  y el novelista Joanot Martorell autor de la novela Tirant lo Blanc que, junto con el Amadís de Gaula, constituirá lo más sobresaliente del ciclo narrativo caballeresco, y está considerada el acontecedente más cercano del Quijote.

El Libro del buen amor del Arcipreste de Hita marca el segundo punto de inflexión de la poesía medieval castellana, cuya evolución culminará con las obras de Jorge Manrique y del marqués de Santillana, sin olvidar a Juan de Mena.

El marqués, don Íñigo López de Mendoza, fue un mecenas y propulsor del humanismo, que tampoco desdeñó el ejercicio de actividades militares como las que desarrolló contra el condestable don Álvaro de Luna. Aparte de sus famosísimas serranillas es autor del poema alegórico Comedieta de Ponza, de Infierno de los enamorados y del curioso texto en prosa Refranes que dicen las viejas tras el fuego.

Por lo que respecta a Jorge Manrique su indiscutible prestigio reposa en la hondura de las Coplas por la muerte de su padre, una de las cumbre elegíacas de la poesía española, pero es autor también de poemas tan ricos y sutiles como Porque estando él durmiendo le besó a su amiga, Diciendo que es cosa de amor o de la canción No tardes, muerte, que muero.

En estos últimos ejemplos y en el resto de lo que suele considerarse aún literatura medieval, se advierte ya el carácter prerrenacentista de la mayoría de los autores importantes, cada vez más alejados de los esquemas de la vida feudal.

Dos escritores característicos de esta corriente son Pedro López de Ayala autor del importante documento de época conocido como Rimado de Palacio, amén de numerosas obras en prosa y, el Arcipreste de Talavera, autor de El Corbacho o Reprobación del amor mundano, libro pleno ya de todo el regocijo y la vitalidad individualista del renacimiento. Más olvidados pero no menos importantes para la comprensión de las tendencias de la época son los representantes de la novela amorosa del siglo XV, plena de alegorías y evocaciones fantasiosas, entre los que destacan Juan Rodríguez de la Cámara, Diego de San Pedro y Juan de Flores.

Literatura medieval. Los cuentos de Canterbury
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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