El fenómeno conocido como Siglo de Oro ocurrió en España, entre los siglos XVI y XVII, y no tiene paralelos en la historia de las literaturas europeas: durante ese período, un florecimiento irrepetible de la poesía, la narrativa y la dramaturgia hispánica dotó al castellano de una asombrosa cantidad de obras maestras, que tuvieron gran influencia en el mundo y cuya vitalidad perdura incluso en la actualidad. La duración de este ciclo suele situarse entre la coronación de Carlos V (1516) y la muerte de Calderón (1681), aunque los más estrictos prefieren acotarlo entre los años que van del nacimiento de Cervantes (1547) a la muerte de Quevedo (1644).

Como quiera que fuese, es evidente que el llamado Siglo de Oro coincide con todas las etapas del más rico momento histórico español, y con el mayor protagonismo que el país haya tenido nunca en el mundo: la consolidación de los viajes de descubrimiento y del imperio ultramarino, los grandes reinados de Carlos V y Felipe II, la sustitución de la casa de Austria por la de los Borbones. Como es lógico, este proceso no fue unitario ni puede circunscribirse a una sola escuela o dirección: abarca desde la gran revolución poética garcilasiana hasta la polémica entre conceptistas y culteranistas, durante el apogeo de barroco, y pasa nada menos que por la aparición de las dos partes del Quijote y el triunfo de las propuestas del teatro nacional, encabezado por Lope de Vega.

EL «ITÁLICO MODO»

A partir del petrarquismo, la superior concepción poética italiana no deja de evolucionar en dos principales aspectos: en lo formal, El Siglo de Oro españolcon la investigación del endecasílabo aplicado a diversas estructuras (soneto, terceto, octava real, etc.); en el fondo, con la incorporación de las novedades del pensamiento renacentista (la armonía, el recurso a lo mitológico, el prestigio de la vida bucólica), que hallará precisamente en la poesía al «itálico modo» su vehículo más natural de expresión.

Esta revolución transformará la totalidad de la lírica europea a lo largo del siglo XVI, y España será su cabecera de puente a través de la obra del catalán Juan Boscán y del genio de su amigo, el toledano Garcilaso de la Vega. La breve producción del poeta-guerrero es una de las que mayor influencia han ejercido en la poesía posterior europea, en la que cada tantas generaciones se redescubre nuevamente. A su sombra crece la obra de poetas tan notables como Diego Hurtado de Mendoza, Gutierre de Cetina y Fernando de Herrera, el poeta que nacionaliza los aportes italianizantes en la lírica castellana, y que abre el camino del culteranismo que llegará hasta Góngora.

LOS MÍSTICOS

Una alta especialidad de la literatura castellana está constituida por los autores denominados místicos, cuyas figuras centrales son fray Luis de León, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila y fray Luis de Granada. Éste último fue el precursor del género y el único de los cuatro que no fue poeta, aunque la justeza insuperable de su prosa – de las que sobresalen ejemplos como Guía de pecadores, escrita en 1556 y ampliada en 1567, e Introducción del símbolo de la fe, de 1582 – le hayan ganado un merecido lugar entre ellos.

El ejemplo más alto de la mística ejercida en la vida práctica es el de Teresa de Cepeda y Ahumada, la santa abulense que adoptó en religión el nombre de Teresa de Jesús, pese a que es conocida por el de su ciudad de origen. Autora de sólo una decena de poemas y canciones, su prosa de hondo realismo poético, transparente y enriquecedora como pocas de la lengua castellana, la ha otorgado sin embargo un lugar entre los mejores poetas de su tiempo. La obra de la santa culmina en El castillo interior o las Moradas, paradigma de sencillez y profundidad a un tiempo en la descripción de la experiencia mística, y en el excepcional Libro de su vida, que muchos críticos no han vacilado en poner a la altura de las Confesiones de san Agustín.

Por lo que hace a Fray Luis de León es sin duda el espíritu más equilibrado y clásico de entre los grandes místicos españoles, y el escritor en el que llegan a su culminación las virtudes del Renacimiento. En los cuarenta poemas que nos han llegado de él brillan la armonía de la forma y la nobleza del contenido, virtudes que se hacen extensivas a su prosa, en la que sobresalen el magistral De los nombres de Cristo y sus famosas traducciones anotadas que vales por otras tantas obras de creación.

La cumbre del misticismo español es Juan de Yepes, canonizado posteriormente con el nombre de San Juan de la Cruz. Pocos ejemplos hay de una obra tan breve como intensa, ya que está sustentada básicamente en tres poemas que suman un total de 51 liras (estrofas de cinco versos, generalmente rimadas ababb, que fue también la estructura favorita de fray Luis): Noche oscura de alma, El cántico espiritual y Llama de amor viva. Aunque a distancia de estas cumbres, su poesía menor se beneficia del excepcional talante lírico de su creador. Caso curioso, su prosa, también de gran intensidad y belleza, es casi exclusivamente una explicación de sus poemas mayores, lo que ha sido de gran provecho para sus exégetas posteriores.

CULMINACIÓN DE LA DRAMATURGIA

Cuatro grandes nombres, entre una buena decena de dramaturgos destacados, sintetizan el esplendor del teatro español del Siglo de Oro: Juan Ruiz de Alarcón (1581-1639), el fraile mercedario Gabriel Téllez, conocido como Tirso de Molina (1584-1648) y Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635) y Pedro Calderón de la Barca (1600-1681). Ellos son los mayores representantes del triunfo del llamado «teatro nacional» que junto con el ciclo isabelino inglés y el clasicismo francés será uno de los tres movimientos más importantes del teatro europeo, entre los siglos XV y XVIII.

Aunque las cifras que se barajan sobre la producción de Lope de Vega (1.800 comedias y 400 autos sacramentales le atribuye su biógrafo, discípuloy amigo, Juan Pérez de Montalbán) sean exageradas, las 470 que han llegado hasta nosotros lo convierten en el autor más prolífico de la literatura occidental. Si a eso se añade que como poeta frecuentó todos los géneros y metros parece aún más inconcebible la vitalidad que acompañó su escritura: una decena de grandes amores, hijos, viajes, campañas militares, problemas con la justicia y con la Iglesia, poemas literarias, etc. Como quiera que fuese, lo cierto es que en la obra dramática de Lope confluye todo lo anterior, desde Juan del Encina y que de ella sale la obra de sus sucesores, incluidos los más grandes. De su enorme producción, títulos como Fuenteovejuna, Contra valor no hay desdicha, La estrella de Sevilla, El mejor alcalde el rey, El caballero de Olmedo, El castigo sin venganza o La dama boba, se incluyen en la antología de mejor teatro europeo de todos los tiempos.

El mexicano Juan Ruiz de Alarcón, cronológicamente el primer heredero de Lope, es el más intelectual de los cuatro dramaturgos y su teatro preanuncia el psicologismo de siglos posteriores. Entre las 26 comedias que escribió han sobrevivido sobre todo las llamadas «comedias morales de carácter», como La verdad sospechosa, Las paredes oyen, La prueba de las promesas o el drama heroico El tejedor de Segovia. Su contemporáneo Tirso de Molina está considerado el más importante dramaturgo de su generación y el que mejor consiguió un equilibrio entre la riqueza inventiva de Lope y la perfección casi geométrica de Calderón. Revalorado con justicia a partir del romanticismo, de su vasta obra (60 comedias han llegado hasta nosotros, pero parece haber escrito muchas más) destacan títulos como El vergonzoso en palacio, Don Gil de las calzas verdes, El condenado por desconfiado y por encima de todos, El burlador de Sevilla, donde inaugura el perdurable mito de don Juan Tenorio, que luego retomarían Moliére, Mozart, lord Byron y Zorrilla, y que es sin duda uno de los más universales de la literatura europea.

Se ha llamado con justicia a Pedro Calderón de la Barca, el «último de los grandes clásicos españoles», ya que su sola obra sostiene el alto nivel del Siglo de Oro casi hasta las postrimetrías del XVII. Si bien no es un innovador como Lope, lleva a su cima el desarrollo conceptual, el «teatro de ideas» por encima del «teatro de acción» y es creador de protagonistas absolutos que figuran entre los más logrados del teatro universal (Segismundo, Pedro Crespo, don Gutierre) . Calderón es el clásico del que se conserva una relación más detallada de su obra (110 comedias y 80 autos sacramentales), hecha por él mismo poco antes de morir. De esta fecundia sobresalen piezas justamente célebres y que se siguen representando en todo el mundo, como La vida es sueño, El alcalde de Zalamea, El médico de su honra, El príncipe constante, La dama duende o El mágico prodigioso.

CERVANTES Y LA NOVELA

A lo largo del siglo XVI, diversos géneros novelescos conviven o se yuxtaponen en España, el primero de los cuales es la novela de caballería, cuya culminación fue el Amadís de Gaula, de Rodríguez de Montalvo. al que siguió una larga serie de imitaciones parecidamente fantásticas. Hacia mediados de siglo se puso de moda la novela pastoril, más refinada y para un público de corte aristocrático, moda inaugurada por Diana, de Jorge de Montemayor, y por la misma época hay que situar el apogeo de la novela morisca, con algunos títulos que conocieron numerosas ediciones (El Abencerraje, Historia de Ozmín y Daraja).

Pero lo más significativo de la narrativa española del siglo XVI es la aparición de un género de extraordinaria vitalidad: la picaresca, inaugurada por el anónimo y excepcional Lazarillo de Tormes (1554) y que tendrá su culminación en el Guzmán de Alfarache (1599-1604) de Mateo Alemán (1547-1617).

En este contexto hay que situar la aparición del genio de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) y de las dos partes publicadas en 1605 y 1615 de su obra maestra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, libro que por sí solo resume y supera los siglos anteriores de narrativa castellana, y en varios sentidos funda la novela moderna, tal como se le ha venido escribiendo en Occidente en los últimos trescientos años. El éxito sostenido y universal del Quijote – es el libro más editado del mundo, después de la Biblia – ha hecho olvidar con frecuencia el resto de la obra cervantina, que abarca casi todos los géneros y es de una sostenida calidad. Escritor de madurez, su obra juvenil (poesía y teatro) es poco significativa, pero no pueden en cambio dejar de mencionarse como excepcionales sus Novelas ejemplares (1613), el Viaje del Parnaso (1614) y la Historia de los trabajos de Persiles y Segismunda (1617, póstuma).

CULTERANISMO Y CONCEPTISMO

El último tramo del Siglo de Oro estuvo dominado por las fructíferas polémicas entre culteranistas y conceptistas, enfrentamiento que centra y define el barroco español, y cuyos máximos representantes fueron, Luis de Góngora y Argote (1561-1627) y Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1644). Figura en cierto sentido de síntesis de ambos extremos es el jesuita Baltasar Gracián, autor de obras como El discreto, Oráculo manual, y El criticón.

La singular personalidad de Góngora se manifiesta en dos etapas contrapuestas de su poesía, lo que llevó a uno de sus primeros estudiosos a definirlo como «príncipe de la luz y príncipe de las tinieblas». A la primera de ellas, anterior a 1610, pertenecen los romances, los sonetos y las deliciosas letrillas, en su mayoría irónicas y de jugosa rima. Pero la segunda, la de madurez, es la que aseguraría su inmortalidad, con la creación de Las soledades (1612), Fábula de Polifemo y Galatea (1613) y Fábula de Píramo y Tisbe (1617), verdaderas cumbres de la poesía hermética en lengua castellana. La importancia de la obra de Góngora, largo tiempo sumida en el olvido, fue rescatada y revalorizada por Dámaso Alonso y otros miembros de la «generación del 27», que tomó su nombre precisamente de la conmemoración del tercer centenario de la muerte del poeta.

Autor de una obra enorme y polifacética, que incluye más de dos mil poemas de todo género, metro y rima, Quevedo es la figura central de la última etapa del Siglo de Oro, y el máximo sintetizador de lo que este significó: el mayor esplendor formal de la lengua castellana, socavado ya por la intuición de la ruina y de la decadencia. Escritor excesivo, de quien se ha afirmado con justeza que es en sí mismo «una vasta literatura», Quevedo fue también modelo del hombre atormentado del a transición del renacimiento al barroco: diplomático, político, pendenciero, polemista, satírico feroz, enemigo implacable, misógino y sin embargo autor de altos poemas de amor, en sus contradicciones se refleja más que en nadie la convulsa España de mediados del siglo XVII, así como en su escritura la definitiva mayoría de edad del castellano como lengua transmisora de belleza y de conocimiento. Al vitalismo de Lope de Vega y a la serena madurez de Cervantes es necesario agregar el esceptismismo y el desdén de Quevedo, para obtener la más lograda síntesis del Siglo de Oro español.

El Siglo de Oro español y Cervantes
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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