La colmena de Camilo José Cela publicada en 1951 en Buenos Aires, a pesar de los intentos del autor para que fuera difundida en España.

La censura lo impidió. Luego fue publicada en Barcelona, aunque figuraba como impresa en México.

Modos de vida y modestas ambiciones del Madrid de la posguerra en la vida de un tropel de ciudadanos elegidos (aparentemente) al azar.

Del testimonio resulta la patética situación de una ciudad miserable, sombría y siniestra aún no recuperada del trauma de la guerra, que pasa hambre, que ha perdido el ideal y los horizontes.

El refugio es el sexo. Para el autor, según indica en el prólogo, esta novela <<no aspira a ser más que un trozo de vida narrado paso a paso, sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre>>.

Más que de argumentos, la novela es el resultado de una suma de episodios cotidianos, todos ellos pequeños asuntos, que dan vida a una amplísima colección de personajes tímidamente presentados y que coinciden en su frustración. El personaje más seguido, Martín Marco, aparece en el anonimato en el café de doña Rosa.

No tiene para pagar. El camarero lo echa, pero aún el lector no conoce su nombre. El capítulo siguiente recoge a Martín en el momento en que era expulsado y, en epígrafes salteados y no numerados (1,6,9,12,17,20,26,28,30), lo pasea por la ciudad. Sabemos que ha salido de algún lugar de la calle de Fuencarral a la glorieta de Bilbao y que va <<camino de Santa Bárbara>>. El destino es la casa de su hermana Filo al final de la calle de Ibiza.

También de aquel lugar es rechazado porque el cuñado, don Roberto, no lo acepta. Aún no sabemos bien las razones. En el bar de Celestino pide más tarde un café, pero debe ya 22 pesetas. No se lo ponen. Es el tercer refugio imposible.

Cientos de personajes, un tiempo de dos días y algo más y un espacio concreto y real: el de Madrid.

Para poner en marcha estos elementos, Cela conduce al lector por el camino argumental que le interesa, al modo de un narrador omnisciente, y en la medida en que considera necesario para sus fines estéticos, pero sin el compromiso social de sus contemporáneos.

Las vidas de estos personajes quedan tan a medias como el truncado relato. Hemos de suponer como lectores que asuntos como éstos habrán de sucederse los demás días.

Lo que une a los personajes es que están de alguna manera encasillados en sus celdas de colmena. Términos como <<cuchitril, entresuelo, cubil, prostíbulo, diminuta oficina>> son corrientes y hasta <<celda>>, donde están <<la Fotógrafa y el Astilla>> después de haber sido detenidos.

Tienen estas páginas infinidad de dimensiones, argumentos, tipos, temas, formas….y todo va integrado en un conjunto que crece en proporciones desmesuradas desde las primeras líneas con una densidad inusual en la novela y dos temas sobresalientes: el hambre y el sexo.

Sumidos en ellos otros elementos están perfectamente organizados y conectados con sutil esmero y en tal equilibrio que las frases, los cambios de escenario, los gestos, forman un entramado en el que nada se escapa. Nora lo llama <<prodigioso mecanismo de relojería novelesca>>.

El método para avanzar es el de extender el círculo inicial que parte del café de doña Rosa, integrar los nuevos personajes relacionados con Martín Marco, los del edificio del señor Suárez, y dar coherencia a todo ello mediante la ambientación en lugares públicos en los que coinciden con la acción los ciudadanos, o bien mediante la alusión a otros lugares de la ciudad que, aunque no desarrollen ninguna acción, poco a poco van ampliando su círculo.

La crítica destacó la importancia de la ciudad de Madrid y, en busca de precedentes, observó que ese tratamiento no aparecía en Galdós, ni siquiera en Baroja; habría que buscarlo en otro tipo de escritores que cita Torrente Ballester.

Uno de los primeros en verlo así fue Castellet: <<La interconexión de los personajes nos da la clave para descubrir el verdadero protagonista: la ciudad de Madrid, pero no ella como visión panorámica, arquitectónica, sino como organismo vivo, como ente acogedor de esas gentes que bullen por sus calles que nacen, viven y mueren en sus edificios, de esas gentes que, en definitiva, y eso es lo que importa, a veces son fieles y otras no>>. El rasgo que más contribuye a esta identificación es el realismo.

Cela insiste en informar con precisión: para las personas, nombres propios con apellidos; para los lugares, precisión inequívoca, y para el tiempo, fecha concreta. El propio Cela ha dicho que es <<la novela de la ciudad, de una ciudad concreta y determinada, Madrid, en época cierta y no imprecisa, 1942, y con casi todos sus personajes, sus muchos personajes, con nombres y dos apellidos para que no hayan dudas>>.

Sin embargo, algunos críticos como Corrales Egea y Sanz Villanueva han matizado esta afirmación atendiendo a la parcialidad de Cela en la selección de sus personajes. Para el primero se presenta la vida española y para el segundo  <<….no es con propiedad ni siquiera la novela de Madrid, aunque ninguna duda nos ofrezca su alcance geográfico.

Es la novela de una parte de Madrid e incluso a ratos pensamos que pudo convertirse en una novela de espacios cerrados aunque veamos circular a los personajes por las calles de la villa>>.

Esta ausencia de tipos sociales no desvirtúa el sentido de la narración, aún no siendo la visión de un Madrid total. Rara vez en una novela aparecen tantos personajes y menos veces con esa alternancia en su presencia que produce un cierto agobia en la memoria del lector. Que el autor autor los maneja con maestría es un punto en que la crítica coincide, aunque no siempre se profundice, como es natural, en sus conciencias.

Todos ellos tienen en común una cierta apatía ante los acontecimientos, falta de estímulo y están, dice Domingo, <<movidos por los estrechos resortes de una vida sin horizontes, sin ningún ideal que ilumine la lobreguez en que se mueven>>. Sin embargo, <<faltan representantes de categorías sociales tan esenciales, influyentes y significativas como el militar, el clérigo, el militante falangista, etc>>. Y esto porque <<el autor ha prescindido de antemano de aquellas realidades cuyo tratamiento podría plantearle problemas…>>, dice Corrales Egea.

El hormigueo de personajes se hace llevadero en la lectura gracias a la preponderancia de un reducido número que sirve para relacionar a los otros. Ventura Aguado, por ejemplo, es amigo de Martín y novio de Julita, y además inquilino de la pensión de doña Matilde y compañero de Tesifonte.

Es por tanto, un personaje relacionado. El establecimiento de tales vínculos organiza el laberinto y es más llevadero en la memoria del lector. De estos personajes de unión solo hay 21 en el capítulo primero, se añaden 15 en el segundo, 14 en el tercero, 6 en el cuarto, otros 6 en el quinto y solo 2 en el sexto, lo que da un total de 64 personajes, cifra que, aunque amplia, se maneja con mayor facilidad en la memoria del lector que los 256 que se suelen citar, o los 322 de la lista de Caballero Bonald.

Para relacionar unos con otros, el autor los hace coincidir en el café de doña Rosa o en el edificio de doña Margot, o los hace concurrir a la hora de acostarse, o en los primeros momentos de la mañana: Martín amanece en el prostíbulo con Purita; el señor Ramón, que madruga, y ya no se asoma al horno; Víctorita va al trabajo; doña Rosa va a misa de siete como todos los días; don Roberto González va andando a la Diputación; el niño que canta flamenco se despierta debajo de un puente; Purita invita a café y suizo a Martín, en un bar la señorita Elvira está en su dormitorio y no se levanta; doña Margot está en el depósito de cadáveres, etc.

Estamos ante la primera novela de protagonismo múltiple con una gracia inimitable del diálogo, con un dominio del idioma mediante el habla de todos los días que supuso, según se dice, cinco años de trabajo, de depuración, de redacciones sucesivas, de laboriosa síntesis.

La crítica habló de la visión caleidoscópica, de lenguaje desgarrado, irónico y burlesco que alterna los registros al servicio de los mensajes, con quiebro y rupturas.

Se han hecho de esta novela casi medio centenar de ediciones en numerosos países y se tiene por la obra maestra de su autor y una de las más importantes – si no la más – de las novelas españolas del siglo XX.

La obra maestra del siglo XX: La colmena de Camilo José Cela
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2 pensamientos en “La obra maestra del siglo XX: La colmena de Camilo José Cela

  • 27/05/2015 a las 14:46
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    Gracias por un resumen y comentario muy acertados. Para mí esta novela refleja muy bien el ambiente de los primeros años de posguerra, al menos para la clase media baja, de personajes resignados a su suerte y sin aspiraciones a que el futuro pueda depararles nada mejor. Es una novela compleja por la cantidad de personajes, pero que engancha por su realismo y por lo bien escrita que está.

  • 16/08/2015 a las 02:18
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    Estoy releyendo La colmena para refrescar un poco la opinión que tengo de esa novela, prescindiendo de la catadura personal de su autor. Quizá un día de éstos pueda opinar sobre ella sin mediatizaciones obsoletas.
    La afirmación que lanzas al principio de la reseña en el sentido de que la censura impidió su publicación en la España de 1951 me ha dejado algo perplejo, teniendo en cuenta que la censura era el mismísimo don CJC. Y también eso de que el planteamiento de La colmena es distinto al de Baroja o Galdós me ofrece dudas. Más dudas aun con lo del supuesto realismo en la descripción de los personajes, sobre todo los femeninos. En fin, quizá un día os cuente más si viene al caso.

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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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