Primera novela de Jesús Fernández Santos publicada en 1954. Duras condiciones de vida de los campesinos de un pueblo de la montaña leonesa vecino a Asturias e intrigas de sus habitantes aguijadas por las adversidades: aislamiento, pobreza, caciquismo, ignorancia para aceptar el fraude y bravura para soportarlo todo, pero escaso coraje para rebelarse contra lo establecido.

En un pueblo que el escritor no nombra (doce casas y sesenta o setenta vecinos), en un verano caluroso y triste, una serie de hechos, muchos de ellos sin ninguna transcendencia, hacen hablar a unas gentes aisladas y solitarias. Emerge la acción, como al azar, un jueves de agosto con pequeños e insignificantes asuntos.

Un nuevo médico ha llegado a la aldea y sus afanes corren muy distantes de los de los pequeños y condicionados asuntos de los lugareños.

Pepe es el conductor del único coche del pueblo y concesionario del correo y del transporte de viajeros. Pepe desearía (y lo conseguirá) instalarse en la ciudad.

A Pilar le tiene preocupada el insomnio que, como se oye decir, aproxima a la muerte; también vive frustrada por sus insatisfechos deseos eróticos. Un forastero que se dice representante de un banco ha llegado y promete dar el cuatro por ciento anual de los ahorros. Amador tiene a su hijo enfermo y su esperanza renace cada vez que llega un médico nuevo.

Don Prudencio, el cacique, está realmente enfermo, pero lo oculta. Socorro, la criada  y amante de don Prudencio, es objeto de los deseos del médico. De manera parecida se fija el forastero en Amparo.

La jornada del sábado, mezclada con muchos hechos aislados que amplia el número de personajes, está también dedicada a esa humilde vida: el despertar de Antón, el de Pilar, el de Manolo, el de Amparo, el del viajante…Pepe lleva al pastor Lorenzo a la estación; Martín y su mujer pasan delante de la casa de don Prudencio; Antonio se afana en su trabajo; Socorro juega con las hijas de Alfredo, y un aficionado a la pesca de truchas recibe un tiro en la pierna por su furtiva dedicación.

El forastero cita a los lugareños en la escuela para recogerles el dinero. El médico visita a Pilar, pero también, y con más frecuencia, a Socorro, para ponerle las inyecciones que él mismo le ha recetado. La jornada del domingo recoge lo específico del día de descanso, pero destaca la pasividad, por el aislamiento, frente a la vida religiosa.

No tienen cura. El del pueblo vecino se acerca para celebrar las ceremonias especiales como bodas y entierros. Con el comienzo de una nueva semana seguiremos los pasos de don Prudencio por un parte, que visita a un médico en la ciudad, y por otra, la boda de Antonio: un brillante cuadro de costumbres que desvela la miseria de aquellas gentes. Cuando don Prudencio vuelve en la noche del lunes encuentra su casa vacía: su criada Socorro ha huido a la casa que el día anterior había alquilado el médico. Es el ocaso del cacique.

El despertar de los personajes nos pone en contacto con el martes, un día muy parecido en la técnica a las primeras jornadas, cargado de acontecimientos triviales como el baño de unos niños o la llegada de tres asturianos, o la caza de la trucha en la que participan Alfredo y el médico, o la visita a unas monjas que piden limosnas para la casa de Pilar.

La normalidad de los acontecimientos se ve repentinamente truncada por el aviso al médico para que visite a un pastor enfermo. La narración abandona el pueblo durante dos días y sigue al médico, que parece cumplir mejor que el anterior. A su vuelta se encuentra con el viajante del banco, que huye de la gente una vez descubierto su engaño. Otras aldeas habían sido también estafadas por el impostor.

El médico se encarga de su custodia y lo protege de mayores linchamientos, pero se gana la enemistad de los vecinos y el rechazo. Queda también aislado, y Baltasar, el casero, le reclama la vivienda. Pepe ayuda al médico y colabora para traerle alimentos del pueblo vecino.

Don Prudencio mientras tanto consume las últimas horas de su vida en soledad y poco después muere. La subasta de sus bienes robustece y afianza al médico, que compra la morada del cacique, que es la casa más elevada del pueblo, desde la que se puede contemplar a todos sin ser visto.

El nuevo inquilino es justo y caritativo e inicia una nueva época para los bravos lugareños, que día a día construyen y soportan su existencia, pero no tan bravos porque la abulia y la pobreza parece tenerlos destinados al sometimiento a un cacique, aunque algo han cambiado las cosas. La bravura de los bravos parece pura ironía. Más hay de conformismo, de acomodo que de intrepidez.

En el pueblo no pasa nada porque en esos pueblos no suele pasar nada que no sean esas pequeñas pasiones humanas: la mezquindad, la envidia, la ruindad, la decadencia…

Son acumulaciones de escenas aisladas, de vida diaria objetivamente carentes de interés, pero sacadas de la banalidad sin recurrir al tópico del tono nostálgico o pintoresco.

El autor se sitúa en la subjetividad de sus propios personajes, en una limitada omnisciencia que solo se ocupa de visiones de conjunto y por lo demás nada mejor que los concisos diálogos, vivos y explosivos, con un mínimo de explicación. Son personajes que se limitan a vivir.

Los hombres son como son, y los acontecimientos han llevado hasta donde él ha contado.

La interpretación corresponde al lector y éste saca sus conclusiones de la atmósfera que descubre, que puede ser distinta a la que descubre otro lector porque el autor no persigue una interpretación moralizante.

Los hechos narrados son experiencias biográficas del joven novelista, cuya familia era originaria de aquel pueblo, y su padre, el encargado de los transportes.

Esos pequeños avances de argumento, están basados en fórmulas cinematográficas. Para Gil Casado <<esa técnica, junto a la de narrar por partes dejando un incidente en suspenso para iniciar otro, volviendo luego al primero, son las que dan esa impresión de un todo finalmente unido, donde los sucesos se van escalonando, alternando unos con otros>>. Y añade: <<Pero hay además una relación entre los diferentes sucesos y entre los diversos personajes, por medio de la cual una acción desemboca en otra, sin interrupción, en una concatenación que lleva al lector de página en página, de hecho en hecho, de personaje en personaje>>.

Para Domingo, <<la ignorancia, la rutina, la barbarie, la rapacidad de los personajes, todo ello producto de la miseria rural, esa miseria de siglos que pesa sobre ellos, está reflejado con un estilo tenso y eficaz, y un pulso que no conoce la vacilación. Nos hallamos ante la obra de un artista muy seguro de sus medios – el lenguaje entre ellos – y con una clara intención social>>.

Dice Sanz Villanueva que la novela se viene considerando <<como uno de los libros que más influjo ejerció entre los compañeros de promoción de Fernández Santos>>.

La obra debe situarse en los orígenes de una nueva manera de novelar propia de los años cincuenta y los sesenta que prescinde del recurrente tema de la guerra.

Los Bravos primera novela de Jesús Fernández Santos
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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