Lo raro es vivir novela publicada en Madrid en 1996. La muerte da paso a la vida, a otras vidas que también han de ir en busca de las insignificantes conciencias: <<Que estemos aquí sentados, que hablemos y se nos oiga, poner una frase detrás de otra sin mirar a ningún libro, que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es y sepa cuándo tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas ganas dependa a lo mejor el destino, es mucho a la vez, tú, no se abarca, y lo más raro es que lo encontramos normal>>.

Desarrollo de la novela

La acción se concentra en una semana de la vida de Águeda Soler, la semana que se extiende desde la primera visita a su abuelo en una residencia de ancianos en una tarde en la que <<se espesaban unos nubarrones plomizos surcados por alfilerazos de luz>>, hasta una semana después, en su última visita, intentando usurpar la identidad de su propia madre (hija del anciano) que ha muerto un par de meses antes.

Entre esos dos momentos fluyen situaciones de sus actuales treinta y cinco años junto con épocas del pasado, y todos ellos dan forma a sus afanes intelectuales, afectivos e íntimos.

Águeda siente el deseo de vivir al modo del Carpe diem, a la vez que el agobio de la siempre viva búsqueda de su conciencia a través de unos recuerdos <<arrojados al vertedero de mi memoria, un archivo donde nadie ha entrado a poner orden>>. Sus contradicciones aparecen en un constante fluir que incluso se inspira bajo el chorro de la ducha. Después de abandonar la casa familiar con el peregrino sueldo de su trabajo de traductora de ruso ha vivido fuera de los lazos familiares, pero vinculada a ellos.

La criada Remigia la visita de vez en cuando y son sus amigas una profesora de universidad en paro, Rosario y su compañera de trabajo también jefa, Magda.

Tomás, el arquitecto, está en la reserva para entrar en juego en el momento preciso. Águeda es caprichosa, volátil, contradictoria y, sobre todo, solitaria, aunque Magda, su mejor confidente, sospecha lo contrario: <<Yo tengo pocas amigas. Tú tendrás muchísimas>>.

El medio son tópicos de la civilización: dúplex en la ciudad, chalet en las afueras, residencia de ancianos, parejas inestables o rotas, frialdad y dificultades de comunicación, intelectualismo como refugio…

Estamos en un Madrid que se extiende despiadado hacia los fabulosos confines de las Rozas mientras la Gran Vía fluye <<tan invadida de cajeros automáticos como de mendigos>>, pero ciudad aún propicia para los paseos, la reflexión y la vida intelectual.

Rezuma una afección, la soledad, reflejada en síntomas como la desorientación, el hacia dónde ir, con quien estar, a quién y cómo dar espacio en la vida, qué hacer de las ambiciones intelectuales, de las emociones eróticas,  o sencillamente cómo manejar las pequeñas emociones. Nos atrae la evocación y examen de esos pequeños asuntos cotidianos, del paso a paso, no de los logros.

En la parcela intelectual aflora la investigación sobre un extravagante aventurero del siglo XVIII, los recuerdos de la admirada profesora que recomendaba la lectura de La divina comedia, no más difícil y sí más divertida que Ulises de Joyce, y algunos asuntos más evocados de soslayo: <<Lo que queremos es escribir una novela para pillar un premio de muchos kilos y que nos retraten con la cara apoyada en la mano>>.

La escritora, experimentada en trajinar con acierto los resortes narrativos, recoge las técnicas que ya habían hecho de Martín Gaite una maestra en el género.

La vida diaria de Madrid y el personaje marginal aparecía en Ritmo lento. Ya Retahílas manejaba el soliloquio a la espera de ser recogido por otro personaje, así como la inserción del árbol familiar como sólido bastión, aunque herido, insolidario a veces.

En El cuarto de atrás mostraba la búsqueda de la intimidad en conflicto, la introspección en la conciencia enemiga, confundida entre la realidad y el ensueño, Nubosidad variable trataba, dominaba y llevaba a altas cimas la siempre delicada amistad femenina.

Compendio, al fin, de las brillantes constantes narrativas de una autora que gusta de utilizar simbólicos títulos de películas, y habría que añadir el de E la nave va, de Federico Fellini, a Lo raro es vivir.

Porque esa nave de personajes que prefieren llamar <<living>> al salón, describir los amplios espacios de los dúplex y nadar entre confortables bienes materiales e intelectuales, no es, claro está, la nave de los personajes de Fellini, sino la de la acomodada burguesía, aunque todos coincidan en vivir <<en los suburbios de la muerte>> que amenaza <<rondando como un cortejo invisible a la vida>>.

Lo raro es vivir de Carmen Martín Gaite
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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