En la sociedad actual se habla de la importancia que tiene la lectura como herramienta para la adquisición de unos conocimientos. Aunque parezca una obviedad, es importante plantear en qué consiste este hecho tan importante para el desarrollo de unos valores que serán la base de los niños y niñas en su posterior educación.

El acto de Leer

Lleva consigo el hecho de comprender. Leer, por tanto, es comprender (Quintanal, 2005). Y se comprende para llegar a un fin, un fin que el propio lector se propone cuando se dispone a realizar tal acto.

La lectura tiene muchas y muy distintas manifestaciones. Y en cualquiera de ellas encontramos que la comprensión es la base, el fundamento de toda lectura. Existen diferentes modelos o concepciones, que se han ido perfilando a lo largo de estos años, que explicaremos a continuación.

Por tanto, la lectura no es un hecho ajeno a nuestro desarrollo como personas, es parte fundamental del ser humano. La lectura es un elemento de transformación y convulsión. Algo que, una vez se conoce y practica, cambia de manera radical nuestra existencia para acercarnos a las grandes preguntas de la vida, a aquellas que sólo se pueden responder con nuevas preguntas.

Se trata, de esta manera, de un acto reflexivo que comienza en la comprensión y llega hasta la interiorización y aprehensión del lector. Es nuestro mundo interior el que acoge, acomoda, amplía y enriquece cualquier lectura, en una experiencia que no admite ni la impostura ni la falsedad. Algo que crece y se desarrolla desde nuestro propio ser, en un aparente soliloquio poblado de innumerables voces, en una proximidad absoluta que requiere, tantas veces, la más celosa de las reservas. Sólo podemos leer desde la totalidad de nuestro ser, desde la entrega más radical y absoluta.

He ahí la dimensión radical e imprescindible de la lectura: la de alzarse como una de las formas más complejas y completas del edificio personal. Definida de esta manera, la lectura jamás puede ser obligada ni impuesta, deberá ser sugerida e incitada mediante la defensa de los valores y beneficios que se pueden obtener de ella. Leer es antes un derecho que un deber. Como un mundo que ofrecer a nuestros semejantes, como una experiencia que todavía requiere nuestro mayor esfuerzo por lograr que la misma pueda ser conocida, admitida o rechazada por el conjunto de los ciudadanos, en auténtica igualdad de oportunidades.

Modelo ascendente

Esta concepción concibe la lectura como un proceso secuencial y jerárquico, que se inicia con la identificación de las grafías que configuran las letras y que procede en sentido ascendente hacia unidades lingüísticas más amplias.

Este modelo da una importancia decisiva al texto y parte de la idea de que basta con que la descodificación esté automatizada por una persona para suponer que ésta comprenderá sin problemas lo que está leyendo. La realidad de cada uno demuestra que esto no es así, que no basta la descodificación, incluso por muy elaborada que ésta sea, para comprender y entender lo que se transmite en un texto.

Este modelo tiene una presencia exhaustiva en todos los libros de texto. La clásica estructura de la pregunta y respuesta se repite una y otra vez en todos ellos, sin variar una coma. Lo más llamativo es que las preguntas siempre mantienen el mismo esquema interrogativo, se trate de textos narrativos, expositivos, argumentativos, poéticos o que versen sobre conocimientos de ámbitos distintos, como matemáticos, históricos, lingüísticos y literarios.

Este modelo puede calificarse de autoritario, pues prescinde del lector, a quien se le obliga, sin previo aviso, casi a traición, a responder a una serie de preguntas. Su mayor contradicción radica, sin embargo, en que basándose en la idea de que el texto es lo más importante en la bipolaridad lector-texto, a continuación trata a éste con uniformidad y homogeneidad interrogativas. Ni siquiera otorga un tratamiento específico a cada uno de los textos que se ofrecen a la consideración comprensiva del alumnado.

Modelo descendente

Para los partidarios de este modelo el lector es alguien que crea el texto, aunque eso es decir demasiado. Más bien, el lector lo que hace es recrear el texto. La información que el lector aporta al texto tiene mayor importancia para su comprensión que lo que el mismo texto dice.

En realidad, este modelo explicativo es el envés del anterior. El lector parte de una configuración global (palabras, frases, fragmentos) y en sentido descendente va analizando sus constituyentes, pero esto no significa que el lector logre comprender los textos que se le proponen.

Si la lectura fuese como asegura este modelo descendente sería improbable que aprendiéramos algo nuevo a partir de los textos; no aumentaríamos nuestro bagaje cultural si solamente confiáramos en nuestros conocimientos previos.

Modelo interactivo

Los modelos ascendente y descendente resultan muy conductistas y se presentan de un modo impermeable y cerrado a otras explicaciones.

Este modelo se basa en que leer es un proceso mediante el cual se comprende el lenguaje escrito, icónico, gráfico, etc. Pero estos modelos explicativos no se centran exclusiva y excluyentemente en el lector o en el texto.

La palabra clave es la interacción que se establece entre ambos polos, a los que se añadirá el propio contexto lector. Para comprender lo que leemos necesitamos tener conocimientos previos que nos permitan enlazar la nueva información con la ya acumulada en nuestro cerebro, de lo contrario la información carece de sentido y se pierde.

Si leer no es cuestión de recibir, sino de participar, de construir, el aporte que se hace al texto es de una enorme importancia para la comprensión. Ésta no viene del texto, es construida por el lector apelando a su conocimiento del lenguaje y a su experiencia del mundo.

Aunque este modelo interactivo entre lector, texto y contexto supone un avance respecto a los modelos ascendente y descendente, no logra librarse, al menos en su apariencia descriptiva, de presentar los componentes de este triángulo (lector, texto y contexto) como entidades autónomas, separadas entre sí. De ahí que algunos autores califiquen este modelo de mecanicista, propio de la física clásica. En él se mantiene la dualidad sujeto cognoscente-objeto conocido o, en otras palabras, la separación entre el observador y lo observado.

Modelo transaccional

La transacción es un proceso en el cual los elementos o partes son aspectos o fases de una situación total y, por eso, la metáfora para el modelo de la transacción no es la máquina, símbolo del modelo interactivo, sino el organismo vivo.

Cada acto lector es una transacción que implica un lector particular y una particular configuración de marcas sobre una página, ocurriendo en un tiempo particular y en un contexto también particular. En esa transacción también entran ciertos estados orgánicos, ciertos sentimientos, ciertas relaciones verbales o simbólicas y de la activación de todas estas áreas, la atención selectiva, condicionada a su vez por múltiples factores sociales y personales, escogerá algunos elementos mezclados dando lugar al “significado”.

Existen dos actitudes del lector frente al texto:

  • Actitud eferente, que significa cargar, llevar consigo. Es una posición que asume el lector cuando se centra en la lectura para retener las ideas que el texto transmite.
  • Actitud estética, que se caracteriza porque la atención del lector está absorbida por lo que está sintiendo, vislumbrando, pensando, por lo que está viviendo a través y durante la lectura.

En realidad, todos los textos pueden ser leídos desde cualquiera de las dos posturas. Más aún. Lo habitual es pasar de una a otra durante la misma lectura. Lo que sucede es que se da un predominio de una de las dos, dependiendo de la intención con la cual nos acercamos al texto.

¿Qué es leer?
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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