Álvaro Vadillo se ha dedicado durante 20 años a la ayuda humanitaria, ha acumulado experiencias y conocimientos que quiso transmitir en este libro en forma de relatos, uno por país. Le gusta hacer llegar a la gente las cosas que nos son totalmente ajenas en nuestra cultura y nuestro día a día, que son moneda habitual en tantos países donde la gente sufre. No pretende exponerse con ese libro a sí mismo ni reivindicar lo que hago (porque no se cita) ni darse ninguna visibilidad. Su objetivo es rescatar 14 experiencias, ponerles nombres y lugares para poder hacerlos llegar al lector. ¿Quién es Álvaro Vadillo y cuáles son sus sueños? Viajero y escritor de relatos desde cualquier rincón del mundo. Un sueño: no tener que contar la mitad de las cosas que cuento en ellos.

¿A qué se dedica Álvaro y por qué un día se decide a escribir el libro Los niños de Babel? A labores humanitarias en guerras y desastres naturales. A través del libro quise contar la cara oculta y más humana de esas catástrofes.

¿Qué nos puede contar de su experiencia como voluntario, en el que creo que ha tenido mucho que ver este libro? Que somos muy afortunados de vivir donde vivimos, con la libertad y comodidades de las que disponemos. Es raro hoy eso en el mundo.

¿Cree que la sociedad está deshumanizada? ¿No valora lo que tiene? No esta deshumanizada. La vanidad es precisamente lo más destacado del carácter humano.

El libro se compone de historias reales de niños que usted ha vivido en primera persona, imagino que habrá sido duro escribirlo…. Claro. Todos los relatos son historias reales, a los que solo cambié de nombre y maquillé un poco. No es fácil escribir sobre personas que conocí y que acabaron como se relata en los cuentos.

¿Qué piensa del trato que se da a la cultura en España?¿ y a las bibliotecas? Debe ser un espacio libre donde crear, lejos de subvenciones y políticas que prostituyen el sentido del arte.

¿Tiene redes sociales? ¿Cree que perjudican o favorecen a la difusión cultural? Como todos los inventos, pueden ayudar muchísimo y también pueden llevarnos a la ruina. No hay nada de extraordinario.

Tendrá muchas anécdotas que contar…¿podría contarnos alguna de ellas? Después de veinte años no sabría elegir. Podría ser el día que tuvimos que cerrar a toda prisa un pozo de agua que estábamos abriendo porque empezaron a salir diamantes. Los lugareños me dijeron que, si la noticia trascendía, las milicias harían desaparecer la aldea entera y a sus habitantes. Una aldea de pigmeos, posiblemente el pueblo más paupérrimo del mundo.

¿Le gustaria compartir con los lectores de Alquibla un fragmento de Los niños de Babel? Mis recuerdos de Magua, un hugán (sacerdote o chamán vudu) haitiano: Maguá era un hombre bueno, el más sabio de todos los huganes. Nunca se había atrevido con la magia negra como los bokor que tantos sufrimientos y miserias trajeron en el pasado. El mismo podía hablar con los espíritus de la Guinea, algún lugar de África de donde proceden todas las almas y a donde habrían de ir una vez muertos en aquella isla.

A menudo venían a visitarle incluso desde la ciudad para que ayudase a hablar con los difuntos, a despojar de malos espíritus o para interceder con Bondyé para cosas que él nunca se atrevería a revelar a nadie. Por eso era el más querido y respetado de todos los huganes. En una casita de láminas de yagua, techo de guano y suelo de tierra vivía junto con una cantidad increíble de amuletos, objetos sagrados y otros fetiches que tenían un valor sobrenatural que solo él conocía. Como todos los huganes él guardaba el secreto del poder mágico de las cosas y de los espíritus.

La confianza que le tenían los loás en él era recíproca y su compromiso era el de velar por las buenas relaciones entre los habitantes de la aldea y el gran Bondyé. Tenía una larga mesa iluminada permanentemente con velas repleta de huesos, semillas, botellas, cajitas fabricadas con de maderas sagradas, calaveras de animales, vasijas con líquidos de colores y todo tipo de objetos con los que utilizar en sus conjuros.

Del caballete del techo colgaban pájaros secos, racimos de hojas, serpientes, metales con extrañas formas, todo envuelto en oscuridad perpetua porque decía que eso mantenía tranquilos a los loás. Maguá guardaba toda aquella colección de amuletos envueltos en un denso y dulce olor a brasas de hierbas y óleos. Sabía que a los espíritus les gusta oler bien y que por eso cuando aparecían en su casa bajo su invocación era justo y conveniente tener preparado el lugar a su gusto. Hasta aguardiente de caña clerén solía tener para Ayizán, pues cuando se presentaba era siempre lo primero que le pedía. No en vano es la loá a la que más le gusta beber y otros vicios que Maguá nunca se atrevía a contar.

¿Qué piensa de Alquibla www.alquiblaweb.com como página de difusión de la cultura? Gracias a Alquibla he descubierto numerosos libros de escritores noveles que he disfrutado muchísimo.

Entrevista a Álvaro Vadillo escritor de la novela Los niños de Babel
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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