Es difícil para mí encontrar palabras para definir esta novela de Inma Chacón que me ha emocionado tanto y que la autora da y destapa su corazón al lector. Esta novela se titula El cuarto de la plancha publicado por la Editorial Contraluz y va dedicado a su madre y a su padre. No sé cuantas lágrimas ha tenido que derramar la autora al escribir esta historia, pero estoy segura de que no habrán sido pocas, y de esa misma manera te lo transmite mientras lees a través de sus pequeños capítulos con título que agiliza la lectura. El cuarto de la plancha probablemente sea la novela más íntima que ha escrito esta autora. A lo largo de la narración nos encontramos varias frases de Antonio Chacón Cuesta datadas en 1965.

La lectura comienza con un prólogo en el que Inma habla de su casa y nos invita a entrar en ella desde la subjetividad de su memoria y nos aclara que cada palabra es un homenaje a su madre y a todos los que puedan identificarse con ella. La autora nos cuenta cómo comenzó a escribir la novela y las anécdotas que la rodean extraídas de las conversaciones con su madre y de las que a través de estas líneas da las gracias.

El primer capítulo lo llama El umbral y acabamos la lectura con otro titulado La caída seguido de un epílogo muy emocionante. La lectura va acompañada de un montón de anécdotas y la autora se muestra a corazón abierto para expresar sus emociones. Inma nos cuenta que no va a decir el nombre de su madre, la va a llamar “mamá”, porque nunca se puede dejar de ser madre ni de ser hijo. Según ella no hace falta decir nombres, sino papá y mamá y tampoco el de su hermana gemela. Su madre es el origen de estas páginas y gracias a este libro le ha realizado un homenaje en el que siempre podrá escuchar su voz, porque el libro precisamente trata de eso de las anécdotas y vivencias que tuvo su madre y que le contó a su hija y ella lo que ha hecho es plasmarlo a través de una novela.

Lo que sí sabemos es que su madre tiene 95 años. Una frase muy peculiar de su madre “creo que ya os lo he contado”. Inma relata el cómo le contaba su madre la historia de sus padres y que en ocasiones no recuerda la muerte de su hermana, la autora nos va relatando todo con mucha emoción. También se habla de cómo fue el entierro de su padre (en septiembre de 1965) y del deterioro que iba sufriendo la casa en la que vivían.

La historia de su hermano con catorce años y cómo los trataron, de cómo su padre les inculcó que delante de su madre no debían llorar y de la edad que tenían ambas, Inma y Dulce cuando todo ocurrió. Del recuerdo de un abrigo de su padre y una reflexión “las cosas son cosas y hay que desprenderse de ellas”. Comienza la novela con varias pérdidas porque también se sucede el de su ex y la autora nos cuenta que su casa la heredó su hija de la que nos cuenta que su vida va vinculada al saxo.

De su etapa en el internado y de la fortaleza de sobreponerse a la muerte de su marido en 1965, y de que ella siempre tuvo miedo a la muerte. De la resistencia a tener una interna pero que al final tuvo que ceder y tuvieron mucha suerte con una mujer a la que llamaban cariñosamente “Sol del Perú”.

Es imposible relataros la cantidad de detalles y recuerdos que se nombran en la novela, pero os voy a contar alguno de ellos. La historia comienza con la vida de su madre que nació un 14 de julio de 1924 y de cómo una bala pasó a pocos milímetros de su cabeza en la guerra. Cómo ayudó a su abuela y cómo era el carácter de su abuelo.

“Si un problema no tiene solución, significa que no es un problema”

Apartado muy especial hacia su hermana gemela Dulce muy emocionante. Dulce fue su mitad e Inma nos cuenta cómo es la vida de los gemelos y el poema que le escribió. De lo que supuso su pérdida y la dificultad de tener que acostumbrarse a utilizar el singular en lugar del plural, ya que su unión fue inquebrantable desde que nacieron el 3 de junio. Los comienzos fueron divertidos porque eran tan iguales que incluida su madre buscaban diferencias entre ellas. Inma nos cuenta cómo era el carácter de cada una de ellas y cómo se complementaban y comparte con nosotros las palabras que le dijo José Saramago al intentar aceptar la muerte de su hermana. Hay una anécdota muy graciosa, la del lazo azul, contada por su prima y yo me pregunto, ¿podría ser Inma Dulce o Dulce Inma? Nunca se sabrá.

Con la muerte de su abuelo pudieron llorar todo lo que no lloraron con la muerte de su padre. Cómo era la casa en la que vivían y la parte que la dedicaban al juego, así como que su mayor dolor lo pasó con 11 años. También sabemos quién de las dos hermanas nació antes y se comparan con la paradoja del gato de Schrodinger. Así como la impresión que le causó ver la película “Origen” y el paralelismo impactante en relación con su gemela.  Inma nos cuenta la desolación que sintió al fallecer su hermana y que tuvo que deshacerse de la casa que vivía frente a la suya.

Conocemos a su abuelo, su carácter, aunque tiene pocos recuerdos. Se sabe que fue una persona no muy cariñosa y que no sabía demostrar el cariño. Inma vivió en una familia con nueve hermanos y los veían como una carga en la que no podían mimarlos, pero a pesar de todo eran un clan unido. Conocemos los valores que les inculcaron y que defendían por encima de todo. Inma guarda recuerdo de las novelas y de los objetos que le recuerda su madre, así como las películas o series que le gustaba. También los rosarios de colores. De las situaciones dolorosas que tuvo que vivir con la marcha de Dulce y cómo tuvo que aprender a vivir.

De las tareas que le pidió su hermana y que no le dio tiempo a escribir. Su hermana era poeta y quería escribir una historia basada en Isabel de Moctezuma, y empezó a escribir La princesa india e Inma nos habla del viaje que hicieron ambas a Berlín para buscar a la princesa. Inma nos relata cómo quedaron su madre y ella tras su muerte. Inma necesitó escapar y se fue en coche a un pueblo cerca de Madrid escuchando un CD de Cesária Evora y allí mismo conocemos la historia del regalo que fue a hacer a su sobrina nieta de un rosario con ámbar y de la elección que hizo con un colgante con una figura de obsidiana que su hermana y ella habían visto en Berlín.

Sabemos cómo vivían las nevadas en el internado y las cartas que escribían. Cómo fue su infancia en vacaciones del verano, así como la ropa que usaban y los números que la marcaban. Inma se recrea en momentos significativos calificados como pequeños detalles que son los que cuentan. De si habría hecho un retrato de su madre cómo la habría dibujado y de los papeles que hoy no se tiran, así como los muebles. También sabemos lo que comían en esa época, gazpacho con tortilla de patatas.

Hay un capítulo titulado Siempre se van los mejores, aunque ella no está de acuerdo con esa afirmación que asocia a su padre. Se nos describe la casa del pueblo como el antiguo hospital del siglo XVI convertido en vivienda y sus juegos. De cómo los vecinos se creían que eran inmigrantes y de lo que cada uno de ellos se llevó cuando vaciaron la casa.

“El sentimiento de felicidad es así, produce miedo cuando se toma conciencia de él, porque se sabe que no es para siempre ni lo cubre todo”

También se hace hincapié a fechas históricas en la novela y se nombra al 11-S fecha que se quedó en el imaginario colectivo, en el que todo el mundo lo recuerda, de cuando mataron a Kennedy el 22 de noviembre y de la muerte de Juan XXIII y que todos fueron sucesos que impactaron a su madre.

Conocemos la historia de su padre que fue alcalde, y fue nombrado como hijo adoptivo del pueblo por sus buenas labores. Era un hombre sometido a mucho estrés y presión en el trabajo, pero era un buen hombre. La respuesta que le dio un ministro quedó grabado en imaginario colectivo y fue el primer paso del deterioro de su padre.

También se relata cómo fue acogida su madre en trabajos porque era muy querida por todos, y la anécdota de Florencia de la mano de su tía y su madre, ambas muy cabezonas. Del susto que tuvieron a fines del siglo XIX cuando apareció el hombre “supuestamente muerto” con el sudario envuelto. Y conocemos a una escritora de la época Carolina Coronado y un poema que hoy sigue vigente por que fue una mujer que luchó por el maltrato que lo reflejaba en su obra.

Inma nos cuenta las cosas que le gustan a su madre, leer y coser. Y también las novelas de Rafael Pérez Pérez un escritor alicantino. Su madre le cuenta cómo era su abuelo y la biblioteca que tenía. Y de cómo su tía y su madre le contaban de su bisabuela que aseguraba haber vivido en el Palacio Real de Madrid donde fue enterrada. Su abuelo compaginaba el amor de su abuela con el de otra mujer, ya se estilaba la bigamia, y su familia estuvo arruinada. Pero esto le sirvió a Dulce para escribir y le sirvió de inspiración y publicó su primera novela cargada de espinas. Su segunda mujer fue la tía C, a la que Inma quería mucho. Era su madrina, pero fue muy castigada porque ni siquiera la enterraron con su abuelo y nadie sabe dónde está, una mujer borrada por la historia y a colación una frase de Javier Marías sobre los recuerdos muertos.

De la tía C se dedica una parte importante también de la novela, ya que fue una mujer que no ocupó el lugar que le correspondía en la familia. Fue la historia de una mujer que nadie escuchó y que sabemos por la autora que lo pasó muy mal porque sus padres fallecieron jóvenes. Y en relación a la tía C se nombra a Gabriel García Márquez y su novela El amor en tiempos del cólera y que habría sido otra novela la galardonada si hubiera conocido la historia de su tía. También conocemos que les cuidó mucho. Gracias a la historia de la tía C, Inma denota que es una novela dedicada a las mujeres luchadoras, olvidadas, un homenaje a las mujeres que le rodearon.

El corazón débil de su padre no pudo más, pero la autora nos asegura que aprovecharon la felicidad hasta el último momento. Su padre falleció el 16 de septiembre de 1965 en el que quedaron huérfanos de padre y con él se fueron todos los recuerdos. Su madre quedó viuda con 41 años. La autora nos cuenta cómo vivieron el momento histórico de la llegada del hombre a la luna y cómo se vivió en su casa. Su padre fue un héroe de cuentos, sabemos cómo fue y lo que tuvo que sentir cuando iba de camino a Madrid, así como la pena que sintió por él. Es Inma quien le dedica una carta a su padre que comparte con nosotros. Y nos cuenta las diferencias con su madre. Deja mucha constancia la autora de las fechas en la novela, porque no tenemos nombres, pero sí las fechas en las que suceden las situaciones más importantes para ella.

“La memoria es tramposa por naturaleza, a diferencia de historia, se inventa los huecos que no podemos rellenar y los guarda como hechos probados”

Hay un apartado en el que me he sentido identificada con la autora y es en el trato que le daban las monjas en el colegio y cómo le condicionaban en la educación marcada por los diez mandamientos en un país secuestrado por el pensamiento único aliado con la iglesia. Y la crítica a la división de las clases en la enseñanza. De cómo vivió en una generación marcada por el miedo y en el que hablar de sexo era pecado, en el que eran educadas con falta de información y en la época del escándalo. Pero hay una historia que sí le dejó buen sabor de boca, la historia de un jesuita que les ayudó. De cómo celebraban sus cumpleaños y de cómo convertían cualquier día en extraordinario. Se habla también sobre la timidez y califica a su padre como el hombre más bueno del mundo.

Llegamos a un capítulo que da nombre a la novela El cuarto de la plancha, precioso en el que se nos cuenta cómo se conocieron sus padres y el poema que le escribió ya que le era difícil a su padre expresar los sentimientos y de la oportunidad que tuvo Inma de conocer más a su madre y quererla más cuando se fue a vivir con ella.

También hay capítulos dedicados a las abuelas, de quien su madre heredó el nombre y de que sus historias serían dignas de formar parte de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos. También se habla de las hermanas de su abuelo y una referencia curiosa de la Real Academia de la Lengua Española sobre la diferencia entre varón y hembra.

Sabemos cómo eran sus veranos y lo que disfrutaban todos en familia y su madre como matriarca del clan. De las anécdotas con las trastadas de sus nietas, y de cómo salían los insultos de la boca de su madre. Los recuerdos de la mano de los sentidos y del juego “Los moros vienen” que le marcó la infancia. Pero hace un guiño al sentido del olfato que no cambia y nos pone algunos ejemplos relacionados con su madre y con su hermana fallecida, de la que nunca se le fue el olor y esta historia le recuerda a Inma a dos cuadros uno de Julio Romero de Torres y otro de Millais llamado Ofelia que visitó junto con su hermana y a ambas les emocionó (fue un cuadro premonitorio).

Dulce quedó tan impresionada con ese cuadro que escribió un poema titulado “Ahogada” con el que le dieron un gran premio de literatura nacional. Lo que me ha hecho saltar la lágrima en más de una ocasión es el cómo Inma habla de su hermana, algunas veces desde la sonrisa y otras desde el desgarro a través de sus palabras, pero siempre desde el gran cariño y de la admiración hacia ella. Como ella misma nos dice, a su hermana le gustaba regalar recuerdos. De cómo pasaban el tiempo en el hospital y de su deseo de conocer a Marisol (Pepa Flores) y de la conversación tan bonita que tuvo con Inma y de las palabras que le dedicó que guardará para siempre en ella.

De cómo la vida le arrebató a su hermana en tan solo 27 días, contado por Inma con un desgarro en el que es difícil no emocionarte o que se te pongan los pelos de punta. El cómo llevó su madre estar en el hospital con su hija. Inma nos cuenta que vio envejecer a su madre en tres ocasiones. También sabemos cómo celebró Inma su cincuenta cumpleaños a pesar del dolor de su corazón bajo el cielo azul con la gente que le quería. Sabemos del deseo que tenía Dulce por escribir un libro de cuentos e Inma nos cuenta que no supo lo que era la soledad hasta que falleció su hermana. Y una reflexión sobre que la vida empieza muchas veces.

El último capítulo La caída nos cuenta cómo fue el declive de su madre tras esa caída que sufrió el 3 de junio de 2019 y nos realiza una aclaración en relación a que los mayores y los niños no son iguales. Hace referencia al año 2020 como un año para olvidar, a pesar de ser un número bonito.

“Recordar sin renunciar al pasado, pero sin querer volver a vivirlo”

Terminamos la novela con un epílogo en el que la autora se despide de su madre acompañada de otra frase de Antonio Chacón Cuesta. Inma nos cuenta cuándo empezó a escribir la novela, aunque gran parte de ella fue escrita entre septiembre de 2019 a marzo de 2020, mes éste último que perdió la concentración por la preocupación por su madre en relación a que se contagiara de COVID, ya que quería evitar su hospitalización y se fue a su casa a compartir con ella hasta que falleció rodeada de amor con su gente. La última dedicatoria por supuesto va hacia su hermana Dulce como siempre.

¡Qué gran obra y qué bonita! Ya se lo dije y no me cansaré de repetírselo ¡Mi más sincera enhorabuena! Se la recomiendo a todo el mundo y tampoco me cansaré de recomendarla. Gracias por abrirnos el corazón y por expresar tus emociones de esta manera que estoy segura mucha gente se va a sentir identificada. Gracias 😊

 

 

Reseña del libro El cuarto de la plancha de Inma Chacón
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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