Con una mirada profunda sobre el lenguaje, la escritura y la corrección, Tati Jurado ha construido un camino singular en el mundo de las letras. Correctora de estilo y escritora apasionada, su historia es la de alguien que nunca dejó de aprender, de cuestionar y de explorar. Desde Montevideo hasta España, entre reseñas literarias y textos narrativos, Tati combina sensibilidad y rigor en cada palabra. En esta entrevista nos habla de su vocación, de su amor por la literatura, de su experiencia con El Libro Durmiente y de cómo conviven en ella dos mundos aparentemente distintos: la estética y la corrección. Una conversación íntima con una mujer que respira literatura y que, sin estridencias, ha hecho de las letras su hogar.
Para quienes aún no te conocen, ¿quién es Tati Jurado y cómo nace tu vocación por las letras? Qué difícil es definirse a una misma y limitarse a una sola expresión. Supongo que podría decir que, en lo vinculado a las letras, soy una trabajadora infatigable y perseverante del lenguaje, llena de curiosidad. Me gusta observar, explorar y sobre todo tratar de comprender. Una condición que, sin duda, influyó en mi afección por la literatura.
Desde niña me fascina leer. Además, tuve la suerte de tener profesores de Lengua y Literatura que supieron contagiarme su amor por las letras y el lenguaje y que me alentaron a escribir porque entendían que reunía cualidades. Aun así, la vocación como tal, la descubrí bastante más tarde, en el sentido de que no identificaba esta pasión con algo vocacional; simplemente disfrutaba al incursionar en el lenguaje. Sí tengo muy identificadas las tres lecturas que despertaron mi interés por la estructura textual narrativa y los elementos que intervienen: «Los pocillos» de Mario Benedetti, «La imitación de la rosa» de Clarice Lispector, y «La autopista del Sur» de Julio Cortázar.
¿Qué papel ha jugado tu familia en tu recorrido como escritora y correctora? En mi casa no se hablaba de literatura, menos de lingüística. La mayoría de los libros de las estanterías estaba vinculada a la profesión de mis padres; también había un atlas, una enciclopedia, la colección de Los cinco, discos de cuentos, novelas de wéstern y cómics. No sé si entienden muy bien mi pasión por las letras, pero la respetan y, a su manera, me apoyan y alientan.
¿Cómo recuerdas tu formación en la Tecnicatura en Corrección de Estilo en Uruguay? Creo que mi mayor vocación es aprender, siempre que puedo me anoto a algún curso, taller o seminario, relacionados con la literatura, la escritura o la corrección, y también soy bastante autodidacta. Por aquel entonces, ya había intervenido algunos textos, pero sentía que mis conocimientos necesitaban más solidez, darles un marco teórico, además de ampliar y fortalecer el técnico. De hecho, fue todo un descubrimiento saber que existía esta tecnicatura universitaria.
Me inscribí con cuarenta y cuatro años, con todos los reparos imaginables: a esta edad, cómo se te ocurre, y ahora para qué, etc. Así que acudí a la primera clase entusiasmada y algo aterrada; enfrentarme al ritmo universitario me daba un poco de vértigo. Fue una experiencia super enriquecedora y un gran desafío. Entendí que el amor por el lenguaje y el conocimiento de la norma son importantes pero insuficientes. Se requieren competencias lingüísticas, enciclopédicas y textuales para desarrollar este oficio con profesionalidad. La presión estuvo, sí, pero el esfuerzo se convierte en una recompensa cuando estudias lo que te gusta.
¿Qué te llevó a combinar el oficio de correctora con el de esteticista? El oficio de esteticista es heredado. Cuando aprobé la Selectividad, no me definía por qué carrera estudiar, y al final opté por seguir los pasos de mi madre. Pero el runrún de las letras siempre estuvo ahí, primero con la escritura, después con la corrección. Al final me animé a dejarlas ganar terreno.
¿Cómo gestionas esa dualidad profesional y qué aprendizajes te ha dejado? Crecí con la premisa de que hay que realizar el trabajo con responsabilidad y entrega, así que para dar lo mejor de mí he aprendido a gestionar mi energía y a ser respetuosa con los tiempos. Por ejemplo, la corrección exige mucha concentración y mi punto álgido, en este sentido, lo alcanzo por la mañana. Madrugo bastante cuando estoy trabajando con un texto, y en todo caso las noches las dedico a procesos más mecánicos y automatizados. Entre medias, ejerzo la estética.
¿Qué tipo de textos disfrutas más corregir y por qué? Hasta ahora he trabajado principalmente con textos divulgativos y narrativos. Disfruto trabajando con los dos tipos, pero tengo debilidad por los narrativos, en especial por los ficcionales. Siempre digo que el nacimiento de mi interés por la corrección no fue nada original. También escribo, o eso intento. Y la concurrencia de los conocimientos de estas dos disciplinas me permite abordar los textos con una mirada más horizontal. Además, valoro muchísimo la retroalimentación que genera el intercambio con los escritores.
¿Cuál es el mayor reto al que te enfrentas como correctora de estilo? No sé si es un reto o más bien un objetivo: no ser intrusiva. «La magia ocurre cuando no se percibe la intervención del corrector», escuché decir una vez en un curso. Una frase que decidí convertir en un propósito.
Para mí es importante respetar la voz de quien escribe y sus marcas de identidad, así como la etapa en la que se encuentre el arco evolutivo de su escritura. Una no escribe igual cuando empieza que cuando cuenta con algunos años de práctica, y la sobre corrección puede terminar siendo una imposición. Y esto no implica que no señale los cambios necesarios para garantizar que el manuscrito cuente con los principios constitutivos de la comunicación textual. Nunca hay que perder de vista que se escribe para alguien, y ese alguien tiene que entender lo que está leyendo.
¿Qué herramientas o recursos consideras imprescindibles en tu trabajo como correctora? Consulto muchísimo, así que tengo a mano recursos digitales y físicos de gramática, de ortografía, de ortotipografía, el diccionario de María Moliner, el ideológico de Julio Casares, asimismo cuento con bibliografía que conservo, como oro en paño, de las diferentes materias de la tecnicatura y de otros cursos o talleres. Y tampoco faltan las consultas a alguna colega.
¿Qué significa para ti escribir una reseña literaria? Es mi manera de compartir lo que me provoca la literatura y, si es posible, alentar a que otros participen de esa experiencia. Para mí ejerce, en muchísimos casos, de ventana para asomarse al mundo, y en otros tantos también de espejo. La literatura te da la posibilidad de conocer otras culturas, otros periodos históricos, otros enfoques; promueve la reflexión, el cuestionamiento, el pensamiento crítico. Es un vehículo de la transmisión cultural al que hay que aventurarse a subir.
¿Cómo fue tu experiencia con El Libro Durmiente y qué ha aportado a tu desarrollo profesional? Conocí las andaduras de El libro Durmiente gracias a mi madre, que me regaló la participación a uno de sus talleres de escritura creativa. En aquel entonces vivía en Montevideo y seguí el curso por correo electrónico. Entonces no existía Zoom y la diferencia horaria tampoco hubiera facilitado seguirlo de forma sincrónica. Lo recuerdo con mucho cariño, pienso que sobre todo porque no tenía esa carga de la inmediatez, me emocionaba cuando veía el mensaje del profesor, Ramón Sanchís, en la bandeja de entrada. Después me dieron la oportunidad de colaborar escribiendo reseñas de libros para su blog. Hace más de diez años que formo parte de esta familia literaria.
¿Qué autoras o autores han influido más en tu forma de leer y escribir? Gracias a una librera montevideana incursioné en la lectura de obras que, probablemente, no hubiera escogido por mí misma. Desde entonces trato de que mi lectura sea variada. Y si bien creo que todas te influyen de una u otra forma, voy a citar a Claudia Piñeiro, Irène Némirovsky, Almudena Grandes, Sándor Márai y Saramago. En cuanto a la influencia en mi forma de escribir, tengo debilidad por la forma de narrar de Clarice Lispector, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Mario Benedetti, Chéjov, Alice Munro, Kafka. En realidad, la lista es larga y estoy dejando a unos cuantos escritores afuera.
¿Qué opinas de la formación continua en el ámbito de la corrección y la escritura? Es necesaria. En la corrección, no solo para estar al día de las actualizaciones, que también, sino por la riqueza que aporta el intercambio de conocimientos con otras colegas. Te da la posibilidad de descubrir nuevas perspectivas. Por otro lado, las competencias para corregir no se limitan solo a lo normativo, así que el campo de estudio es bastante amplio. En cuanto a la escritura, te ofrece la posibilidad de incursionar en nuevas dinámicas para crear y de que te animes a compartir tus escritos con el resto del grupo. Mostrar lo que escribes puede suponer todo un desafío.
¿Tienes alguna anécdota que recuerdes con cariño relacionada con tu trabajo con los textos? La verdad es que, en general, atesoro buenos recuerdos de mis intervenciones. Los más divertidos terminan siendo cuando hay que rever una escena que pierde verosimilitud por alguna descripción y terminamos recreándola a través de la pantalla. Casi todos los encuentros son por videollamada.
¿Qué consejos le darías a alguien que quiere comenzar en el mundo de la corrección profesional? Procuro no dar consejos, creo que cada persona tiene su proceso de desarrollo y su tiempos, pero si tuviera que ofrecer uno, usaría las dos palabras que más he escuchado pronunciar a mis docentes: duda siempre.
¿Cómo imaginas tu futuro en el mundo de las letras y qué sueños te gustaría cumplir? Los años me han ido convirtiendo en una persona bastante pragmática y los nuevos paradigmas obligan a estar expectante. Pero, como también soy una entusiasta, sé que seguiré trabajando con el lenguaje, espero, eso sí, que a tiempo completo. En cuanto a lo de los sueños como meta, prefiero darle más relevancia al recorrido, y que en este nunca me falten las letras.