Con una prosa directa, sin filtros y cargada de referencias literarias y cinematográficas, Pablo nos invita a adentrarnos en A golpe de tecla, su nuevo libro de relatos. Una obra nacida al calor de las tormentas personales y de ese compromiso férreo con la palabra escrita, que más que un oficio, parece ser para él una necesidad vital. En esta entrevista, el autor desgrana el origen del libro, sus temas centrales, su rutina creativa y las reflexiones que lo atraviesan como un río subterráneo. Cada respuesta es casi un relato en sí mismo, y entre líneas, asoma la esencia de un escritor que escribe “desde el corazón, el alma, las entrañas”.
Pablo, ¿cómo nació A golpe de tecla? ¿Hubo un momento detonante o fue una historia que fuiste construyendo poco a poco? A golpe de tecla es un libro de relatos. Los relatos son caprichosos. Puedes escribirlos de una tacada, como una de esas carambolas múltiples de billar, o puede que salten al papel como pequeñas gotas que acaban en un pequeño chaparrón que se antoja suficiente para la cosecha de casi trescientas páginas.
Algunos relatos permanecían agazapados en un cajón, en una especie de trinchera, preparados como los atletas de una prueba de relevos, de un maratón, de una prueba de los cien con obstáculos. Todo comienza con el pistoletazo de salida. Atrás quedan las horas de robarle sueños al tiempo o de quitarte horas de sueño en procura de conseguir alguna noche más larga, más contundente, más para bailar con el trabajo que casi ineludiblemente atraerá a Euterpe.
A golpe de tecla comenzó a gestarse hace al menos tres años. No es un libro de relatos relámpago ni nada parecido. Se gestó en medio de turbulencias personales, ¿quién no las tiene? No salió ileso de la tormenta y, como dice otro de mis autores favoritos, Murakami, nada fue igual después.
A golpe de tecla es el libro de relatos más completo que puedes encontrar entre mis libros.
¿Qué significado encierra el título de la novela? Bueno, aparte de lo obvio, debes teclear para que la temible pantalla del ordenador, a modo claramente de folio en blanco, se impregne de letras, de palabras que en muchos casos nunca habían estado juntas. No se conocían de nada, a pesar de que todas formaban ese enriquecedor castillo que, como un baluarte, protege la lengua española. Me refiero, por supuesto, a la RAE.
El significado del título es que, en un mundo con tanta prisa, con lo inmediato, con no tener tiempo para nada, con la sociedad de usar y tirar, no se trata solo de cosas. Supongo que se entiende, pero, por si las moscas no es así, me refiero a que no se escala el pico más alto del mundo, por un jodido capricho al acabar una noche de juerga con seis copas de más. Todo tiene su tiempo, su frescura. Me gustaría escribir cinco libros al día, a la hora, al minuto. Sin embargo, además de ser imposible, sería una mierda o, lo que es peor, estarían escritos con el jodido ChatGPT.
Un libro también repleto de lo que yo llamo pajas mentales. Pequeñas grandes reflexiones salpicadas del mundo del cine y la literatura. Vuelvo a los botones; el gran poeta británico Lord Byron nos dejó una preciosa frase que dice así: Solo salgo para corroborar la necesidad de estar solo. O lo que nos cuenta Miles, un profesor de literatura que escribe una novela y, tras recibir varias negativas de publicarla por parte de editoriales, dice lo siguiente: Al mundo le importa una mierda lo que tengo que decir, no soy necesario, soy tan insignificante que ni siquiera puedo suicidarme.
¿Qué temas centrales aborda A golpe de tecla? Dicen que los escritores siempre escriben el mismo libro. Ese tema principal que te atraviesa el alma y tres o cuatro temas que, como una banda de bandoleros, lo acompañan. El paso del tiempo, la soledad, la amistad que se salva y la que perece sin apenas aceite en la carretera. La nostalgia y su inseparable hermano, el pasado, lo que no hicimos y nos machaca como uno de esos morteros tradicionales para hacer un buen alioli.
En definitiva, esos temas de siempre que me atrevería a decir traspasan las vidas de muchos de nosotros. Se cuelan entre las costuras del alma, entre esos rincones sombríos, esos callejones que inconscientemente buscamos porque sencillamente le dan ese jodido sentido a la vida que no siempre encontramos.
¿El proceso de documentación fue necesario para esta historia? ¿Cómo lo llevaste a cabo? La escritura de relatos a fecha de hoy todavía está infravalorada. Por una parte, el lector permanece convencido de que, puesto a leer, me pongo con una novela, a poder ser rusa, es decir, que no baje de las 1500 páginas porque mi nivel intelectual, aunque es como un alpinista en ciernes que pretende escalar los ocho mil, considera a los relatos como el hermano más pequeño de la literatura.
Por otra parte, qué duda cabe que la documentación es tan necesaria como prender una cerilla para hacer fuego con independencia de lo que pretendas cocinar. La documentación es el sostén de una historia; no se ve, pero realza mucho lo que sea que cuentes.
¿Cómo describirías la trama sin hacer espóiler? Lo del espóiler creo que está sobrevalorado como tantas cosas. Y me voy a mojar: MásterChef, el mundo de la cocina, lo han llevado al nivel de científicos del cosmos, como el tristemente desaparecido Carl Sagan, al que, por cierto, nombro justo al final de la sinopsis, con una de sus frases espléndidas: Los libros rompen los grilletes del tiempo. Un libro es la prueba de que el ser humano es capaz de hacer magia.
El abanico de relatos aborda distintos temas. No tienen ningún hilo conductor entre ellos, excepto que todos están escritos bajo el manto del realismo sucio, y recorro con ellos las calles de una ciudad que nos llevan de un lugar a otro, de casa al centro de trabajo, por ejemplo, pero también de un lugar a otro de nosotros mismos.
¿Cuál fue el mayor reto a la hora de escribir esta novela? Una vez más se trata de un libro de relatos. El reto en esta ocasión es una réplica de casi todos los retos de un escritor. ¿Cómo coño lo hago, lo cuento, lo narro, para conquistar al lector, para subirlo a las nubes en plena tempestad o bajarlo a lo más profundo de las miserias humanas y que el lector continúe sentado cómodamente en su sofá, saboreando un café y aprendiendo cómo se destilan las horas del tiempo mientras el mundo cobra sentido sin tenerlo, o se despeña por un acantilado porque el todopoderoso amor no fue suficiente para salvarnos de tanta meada y cagada humana?
¿Hay alguna parte del libro que te haya resultado especialmente difícil o emocional de escribir? Todo lo que escribo lo hago desde el corazón, el alma, las entrañas. Eso estoy convencido de que se nota en cada palabra, en cada frase, en cada nota musical, que sin duda debe tener la escritura, la buena escritura.
¿Te inspiraste en personas reales para construir a los protagonistas? Los protagonistas son tan reales como lo cotidiano. Gente corriente, que diría el gran Robert Redford. Gente que cree a pies juntillas que lo tiene todo tan seguro y controlado hasta que un día, de repente, quizá por arte de birlibirloque, las fichas de dominó comienzan a caer una tras otra y todo se acaba a traición como el butano.
¿Tienes alguna rutina o manía a la hora de escribir? Decía Cela en una entrevista que las musas son una especie de invento chino o algo así, y que detrás de toda historia solo se encuentran largas horas de trabajo. Es verdad que lo dijo Cela, pero refiriéndose a que eso mismo lo dijo Charles Baudelaire. Seguramente todo esto que acabo de mencionar sobra, porque solo trabajando y no por arte de birlibirloque, se puede traspasar esa frontera de la realidad y los breves, pero intensos momentos oníricos que nos transportan a ese lugar casi indescriptible donde el escritor nada a su antojo por esas aguas bellas y cristalinas del alma humana y también por esas aguas estancadas y podridas de la misma estancia.
La rutina o manía a la hora de escribir, y ahora sí contesto a la pregunta, es casi de cajón, de manual. Hay que sentarse ocho horas todos los días delante del ordenador, de la máquina de escribir o de un taco de hojas en blanco y preguntarse durante siete horas si de verdad eres escritor, y una sola hora en la que te pones a escribir.
¿Eres de los que corrigen sobre la marcha o prefieres terminar primero y revisar después? Soy de corregir al final y lo soy también de hacerlo a intervalos. A veces necesitas unos minutos de anuncios, de spots publicitarios para repasar una escena y decir: ¡Joder, qué maravilla! O detectar que no tiene sentido, que es una mierda y que lo más doloroso de todo es tan creíble como que un elefante pase por el ojo de una aguja, por el ojo del culo de una hormiga o se ponga con el ganchillo para una campaña de Navidad que pretende conseguir la gesta de mil gorros de la lana.
¿Qué autores o libros han influido más en tu estilo literario? Sin ninguna duda he aprendido, o eso creo, de algunos gigantes y, como muestra un botón, el primero de la lista y el responsable de que esta locura de la escritura me quite la vida y también me la dé, casi a partes iguales, es Charles Bukowski. Después de todo, un escritor permanece en ese estado de ambivalencia difícil de despegar, de separar. Amas la escritura. Cada día que no escribes, mueres un poco. También hay ocasiones para odiarla. La escritura es soledad. Es salir permanentemente de tu zona de confort. La escritura es arañarte por dentro, atravesar una jungla de medusas calavera, compartir instantes con un millón de erizos o pasar una columna de fuego sin ser bombero y sin equipo de protección.
Murakami, Paul Auster, Ray Loriga, Juan Manuel de Prada, Juan José Millas, Leonard Cohen, Richard Ford, Carver, Palahniuk. La lista es tan interminable como todo lo que extraes de ellos y sus historias. De todo ello me alimento y nutro a ese registro llamado estilo que uno consigue sin armadura y luchando contra dragones en procura de conquistar una forma de contar historias, un estilo propio que se vende caro y que puede contagiarse de la epidemia de lo común, de esa corriente tan fuerte y copiosa que solo con la ardua tarea de nadar contra corriente consigue salvarte.
¿Cómo ha evolucionado tu escritura desde tus primeras publicaciones hasta esta última novela? A golpe de tecla es un libro de relatos.
Siempre digo que para aprender a nadar hay que tirarse a la piscina. Yo lo hice hace algunos años y chapoteaba para no hundirme. A veces y no pocas, tragaba agua y vomitaba en la oscuridad de un váter poco aséptico. Dejémoslo ahí.
Con el tiempo aprendí que, con interés, con insistencia, con trabajo, curiosidad y pasión por lo que estaba convencido de ser mi vocación y el aliño del tiempo, construí mi pequeño gran universo entre palabras, frases, historias contadas un millón de veces, pero tan desconocidas por cientos de millones de lectores.
Bueno, como decía otro de mis autores favoritos y tristemente desaparecido, Javier Marías, a propósito de una recopilación de relatos: de algunos relatos todavía no me avergüenzo y de otros me avergüenzo un poco, pero no demasiado.
Creo que crecer trata de eso. De lo que los japoneses llaman Kaizen. Mejora continua. No hay atajos, ni pasadizos secretos, ni trampolines que no sean falsos que te hagan ser un excelente escritor sin una de esas pantallas croma, sin ese marketing tan fino y cortante como una hoja de afeitar.
¿Qué acogida estás recibiendo por parte del público con esta nueva novela? Relatos. Bueno, uno empieza a tener más conchas que las islas Galápagos y precisamente por eso, no se ajustaría a la realidad darse aquí y ahora el pego diciendo que A golpe de tecla se vende como rollitos de anís en Navidad, como una buena taza de chocolate muy caliente en la madrugada del día uno de enero o como una de esas máquinas expendedoras de preservativos que encuentras casi en todas partes; en un parking, un local de música, una bolera, un taller de neumáticos recauchutados o un quiosco de prensa cerrado por embarazo.
Creo que me he salido del renglón. Contestando a la pregunta, A golpe de tecla empieza a surfear como Patrick Swayze en aquella entrañable película, “Le llaman Bodhi”, y eso no es ni moco de pavo, ni grano de anís.
¿Qué te gustaría que sintiera el lector al cerrar el libro? Los especialistas en esto de cursos literarios, que por cierto son tan prolíficos como un paquete de garbanzos a remojo que se multiplican como aquellos encantadores peluches de la película “Gremlins”, y que apenas alguno de ellos, como Gizmo, no se convierte en horribles monstruos en determinadas circunstancias. Esos especialistas mantienen que cuando te pones a escribir debes hacerlo poniendo el foco en tus lectores.
Yo, para variar, no opino así. Y no es que me vuelva loco nadar contra corriente, pero yo escribo para todos los lectores. Y una vez aclarado este punto a mi juicio muy significativo, quiero que el lector sufra una transformación, pequeña, diminuta, quizá como uno de esos salientes de las azoteas donde te puedes asir llegado el momento para no precipitarte al asfalto sucio y repleto de mierda de la calle y acabar con tus sesos esparcidos en derredor de una alcantarilla, un buzón de correos oxidado o uno de esos callejones tan frecuentes en nuestras vidas, que después de todo tenían salida.
Me gustaría que descubrieran que hay otras alternativas. Que la vida a veces nos tritura y también a veces nos pone a huevo un trozo de felicidad, una porción de tarta de chocolate que te lleva de viaje al pasado, a tu infancia, a un hogar con olor a magdalena.
Me gustaría que los lectores se sintieran acariciados con la brisa del mar mientras navegan en un velero rumbo a una isla tan ignota como nuestra propia esencia de ser humano. Me gustaría que pasaran las páginas con los arañazos poco disimulados de la realidad y que eso los empujara a practicar algo que se me antoja un tanto olvidado: reflexionar, poner en marcha ese motor gripado de la curiosidad. Porque la falta de horizontes nos enjaula, nos deja tan planos como una apisonadora hace con el asfalto. Y un libro es un poco un horizonte.
Escribir y leer se tornan como un salto de trapecio; tienes que exponerte a romperte la crisma.
¿Tienes alguna anécdota curiosa relacionada con la publicación o promoción de A golpe de tecla? Bueno, hasta dar con la tecla de la portada pasaron algunas semanas, quizá demasiadas, pero escondí las prisas en la cisterna del váter para acordarme de ellas, solo cuando me entraban ganas de cagar.
Uno de los motivos de la portada, además de una máquina de escribir, es una vela, y suelo comentar a los lectores interesados en el libro: ¿Qué narices pinta una vela al lado de una máquina de escribir? La respuesta la dio hace tiempo, no importa en este momento cuánto tiempo, Faulkner: La literatura, lo más que logra es lo mismo que un fósforo cuando se enciende en mitad de la noche, en mitad del campo. Esa cerilla en realidad no ilumina nada; lo único que permite ver mejor es cuánta oscuridad hay alrededor.
¿Estás ya trabajando en nuevos proyectos literarios? Como he dicho en alguna ocasión, si no escribo, me descoso, me despego, me hago añicos. Si no escribo, me quedo sin música, sin palabras, sin caminos.
Actualmente estoy sumergido en el mundo del cine, del séptimo arte. El séptimo arte me fascina y no podía dejar pasar más tiempo sin escribir sobre él. Esa será una de las claves de mi nuevo trabajo. Como digo, ahora estoy leyendo la historia del cine desde sus orígenes y recopilando datos.
La fase de escritura llegará después, pero vuelvo a lo de antes, si algo te apasiona, andarás mucho más cómodo y apenas notarás las rozaduras del camino.
Siento especial cariño por la época dorada de Hollywood con incalculables obras maestras bien respaldadas por los mejores guionistas, directores y todo eso.
En mi historia de ficción, pretendo que se mantenga ese aroma y recorra distintas escenas de ese irrepetible mundo del cine.
¿Cómo ves el panorama literario actual para autores como tú? Podría mentir afirmando que todo va como miel sobre hojuelas, pero sería tan falso como uno de esos decorados tan frágiles del western americano. La realidad es que el mundo literario tiene tantas pruebas de supervivencia que no será nada fácil llegar a la meta. Un mundo literario que provee cada año con más de ochenta o noventa mil títulos y no queda ahí el abanico de obstáculos a la hora de no ser invisible, de que te conozcan un poco, de acudir a una entrevista de radio. Lo de la televisión lo dejamos directamente en la bandeja de imposibles. Las vías de ese tren de la literatura que cada nanosegundo se estrechan más y solo se consiguen billetes en los vagones de cola a un alto precio.
En fin, ya habrá tiempo de desgranar todo este laberinto, este enjambre de pirañas, de hienas, toda la costra en forma de tegumento que apenas deja crecer nueva hierba.
¿Qué importancia crees que tienen hoy en día los blogs culturales como Alquibla en la difusión de la literatura? Uno de mis profesores, precisamente de lengua, mantenía que cuanto más azúcar, todo resultaba más dulce. Seguramente no siempre será así, pero en el caso que nos ocupa se ciñe como un guante a la mano, como un traje de buzo, como un sueño a la realidad.
La literatura necesita medios de transporte como los humanos: automóviles, trenes, barcos o aviones, por poner algunos ejemplos.
Redes sociales, revistas literarias, grupos de lectura o blogs culturales. Son tan necesarios como probablemente insuficientes.
Necesitamos un equipo muy completo para afrontar los retos no solo del presente, sino de ese futuro que se asoma a la vuelta de la esquina y que nos exigirá sin ninguna duda alcanzar los ocho mil y todo a pulmón, como canta Miguel Ríos.
Alquibla sin ninguna duda, puede ser un excelente medio de transporte para que la literatura se cuele por todas las rendijas de una sociedad tan perdida como esa magnífica historia de la isla del tesoro o el corazón de las tinieblas.
Para concluir, espero y deseo que A golpe de tecla suba a bordo de ese barco en busca de tantos tesoros como seamos capaces de imaginar.
Y que, del mismo modo que ese extraordinario director de cine, Sergio Leone, que durante mucho tiempo estuvo encasillado en rodajes del llamado spaghetti western, que tuvo la oportunidad de dirigir “El padrino” y que, por circunstancias que ahora no vienen a cuento, abandonó el proyecto y la productora le pasó el testigo al ya conocido, muy conocido, Coppola.
Sin embargo, el destino le tenía reservada una gran sorpresa a Leone. Ser el director de una de las grandes películas del cine: Érase una vez en América.
Y para eso trabajo, para conocer bien el oficio y estar preparado cuando el tren del destino y las oportunidades pasen por delante.
Por cierto, me gustaría frotar esa lámpara de los deseos, para que la asociación de escritores Alhistorias siga de algún modo creciendo. Creciendo en actividades, en su intachable compromiso con la cultura, en la convicción de hacer las cosas como debemos hacerlas, siempre con la garantía de la pasión. La pasión por la literatura, nada más y nada menos.