Hoy me acerco a Azahara, una de esas personas que, sin proponérselo, te descoloca para bien. Porque su forma de contar no es solo dulce ni solo cercana, es profundamente verdadera. La conocí a través de su proyecto CueNTiTiS CRóNiCa, y enseguida entendí que detrás de ese nombre lleno de juego había algo muy serio: la necesidad de resistir a los días grises con la única herramienta que no falla jamás —las historias.
Azahara es madre, escritora, lectora incansable y, sobre todo, creadora de mundos. Una mujer que convirtió el encierro, el cansancio y la incertidumbre en un motor creativo para inventar cuentos cuando los libros ya no eran suficientes. Me emocionó su relato sobre cómo su hija, incapaz aún de leer, creía que los libros hablaban solos. Y me emocionó aún más su certeza de que las historias pueden ser ese escudo invisible que protege la infancia y sana a los adultos.
En esta entrevista me acerco a su voz, a sus referentes, a sus miedos, a su abuela que la llamó por primera vez “cuentista crónica”, y a la manera tan generosa que tiene de regalar lo que escribe. Porque Azahara no escribe por inercia: lo hace desde la necesidad de comprender y de acompañar, y eso, en los tiempos que corren, es un acto casi revolucionario.
Te invito a descubrirla, a contagiarte —si es que aún no lo estás— de esa cuentitis maravillosa que ella lleva con orgullo. Porque las palabras que nacen del alma siempre encuentran su camino.
¿Quién es Azahara y cómo nació CueNTiTiS CRóNiCa? Azahara es una niña grande que siempre creyó que los que hacían los libros tenían las orejas puntiagudas y poderes sobrenaturales. Embarazada de mi segundo hijo, con una niña de 3 añitos y sin poder salir a la calle por la situación que nos tocó vivir, los libros se convirtieron en nuestro refugio. Pero, llegó el día en el que ya los habíamos leído todos y no estaba dispuesta a rendirme, así que comencé a inventarme historias paralelas a partir de las ilustraciones. Mi niña, que aún no sabía leer, estaba convencida de que estaban vivos y, por eso, cada día nos contaban algo distinto. Es verdad que yo ya sabía lo maravilloso que podía llegar a ser un libro, pero entonces sentí la irresistible necesidad de compartir los efectos mágicos de las historias como ese escudo que preservaría la infancia por encima de todas las cosas. Fue una etapa dura especialmente para los niños y, aunque siempre tengo a mi abuela muy presente, en esos meses lo estuvo mucho más. Ella siempre me decía que tenía mucha «cuentitis», pues de la cosa más sencilla y sin importancia yo le «montaba auténticas e interminables películas». La recuerdo siempre escuchándome con toda la atención y sonriendo: “cuentitis crónica es lo que tú tienes”.
¿Qué significado tiene para ti escribir y contar historias? Los libros siempre me han acompañado y escribir era algo que me gustaba sobre todas las cosas. Tenía libretas llenas de copiados: cuentos, poesías o noticias del periódico. En los momentos más complicados de mi infancia, como la separación de mis padres, el lápiz, el papel y las letras fueron auténticos portales mágicos que me transportaron a otros mundos donde estuve completamente a salvo de todo. Y esa magia nunca ha desaparecido. A día de hoy, convencida de que tengo las orejas puntiagudas, siento que vuelo, literalmente, cuando cuento historias o leo libros a mis hijos a otros niños. En sus miradas, chispeantes de curiosidad e imaginación desmedida, me reencuentro con mi yo, de niña, una y otra vez.
¿Cuál fue el primer cuento o texto que escribiste y qué te motivó a hacerlo? Cuando fui madre se me disparó la hormona del amor por las letras (por si no era ya lo suficientemente grande). Tenía claro que los libros serían mis leales compañeros en esta andadura. Y enfrascada en eso de la “enseñanza” me di cuenta de algo: llevaba prácticamente toda mi vida estudiando, y en todos esos años nadie se había molestado en enseñarme lo verdaderamente importante. Por eso escribí “El club de los contracorrientes”. Es una historia de prejuicios y condicionamientos familiares, de enseñanzas estrictas que se olvidan de que la vida es diversidad y que, para disfrutarla como es debido, debemos ataviarnos de respeto, tolerancia y empatía. Y, aunque fue la primera historia que escribí, ha sido el cuarto álbum ilustrado que ha visto la luz. Nunca es tarde si la dicha es buena.
¿Qué temáticas son las que más te gusta abordar en tus cuentos o crónicas? Tengo que confesar que soy víctima de las musas. Ellas son las que deciden qué tema será el siguiente. Es cierto que me gusta reír, pero hacer reír me gusta mucho más, por eso los libros divertidos son mis preferidos. Pero también es verdad que, en el mismo nivel de importancia, sitúo la salud mental y emocional. En cualquier cosa, siempre me aseguro de transmitir el mensaje desde la empatía. No concibo la vida sin ella. No podría interaccionar con las personas, entenderlas ni entenderme a mí misma. Creo que es algo tan innato a la humanidad, tan necesaria, que debemos abanderarla allá donde vayamos y hagamos lo que hagamos. Es como un idioma universal y, a partir de ahí, todo es posible.
¿Cómo influye tu historia personal en tu manera de escribir? Pues… «Yo soy yo y mis circunstancias», como diría Ortega y Gasset. Mi historia personal influye en todo lo que hago, en quien soy y en lo que no quiero ser y, por supuesto, en la huella que quiero dejar en el mundo. Siempre he creído que de los errores solo cabe aprender y, por ello, cada tropiezo es la oportunidad de hacer las cosas bien. Esa visión constructiva y positiva es la que quiero que se perciba en todos mis libros.
¿Sientes que la escritura ha sido una forma de terapia o liberación para ti? Completamente. Puedo afirmar sin temor a equivocarme que no sería quien soy si no fuese por ella. Todos hemos pasado etapas complicadas a lo largo de nuestras vidas. En mi caso, en todos esos momentos difíciles han estado presentes las letras. Cuando he necesitado decir algo en voz alta y no era capaz de expresarlo o no había nadie para escucharlo, cuando he tenido la pena atrancada en la garganta y parecía que nada me aliviaba… Siempre ha sido mi refugio, mi sitio seguro. Y siempre lo será.
¿Qué mensaje te gustaría que se llevara cada persona que te lee? Que todos tenemos la oportunidad de hacer de este un mundo mejor. Todos, sin excepción.
¿Qué tipo de público conecta más con tu obra y cómo reaccionan a lo que compartes? Creo que los niños conectan muy bien con mis obras, pero también he recibido comentarios y críticas maravillosos por parte de los adultos que han visto cosas en mis libros más allá de la simple historia, y eso es algo que te llena de una satisfacción inmensa, de orgullo y de felicidad, porque sientes que realmente has logrado tu cometido; conseguir que cada historia se convierta en la historia de cada lector.
Has creado una estética y un estilo muy propio en tu contenido, ¿cómo lo defines tú? Me resulta muy complicado definirme como escritora, pero lo cierto es que creo que al final las cosas que hacemos con el alma acaban siendo el reflejo de nosotros mismos. Así que creo que mi sello como autora es muy personal, es decir, que, de alguna forma, delata cómo soy. Me gusta pensar que, en todo cuanto escribo, la gente percibe, sobre todas las cosas, un mensaje de positividad, ese enfoque constructivo que siempre debemos mantener.
¿Tienes referentes literarios o creativos que te hayan inspirado en tu camino? Sí. Los clásicos han estado siempre muy presentes en mi formación. Su capacidad para contar historias que, a veces, definían la sociedad del momento y, otras, tendían puentes hacia otros mundos que los alejaban de la cruda realidad que les había tocado vivir… Esa capacidad de llevar al lector de paseo, por el camino que fuese, ha sido siempre lo que me ha enamorado de un escritor: empezar a leer y perder la noción del tiempo y el espacio, aunque solo sean unos segundos. Si eso no te pasa con un libro, algo no va bien. Por citarte algunos títulos:1984, Un mundo feliz, El viejo y el mar, El señor de las moscas, Mitos y Leyendas, 20 poemas de amor y una canción desesperada, El principito, Rebelión en la granja, La tía Tula, Como agua para chocolate, El camino, Marianela, La casa de Bernarda Alba, El Quijote… Todos ellos me han marcado, de una forma u otra.
¿Qué ha significado para ti el reconocimiento y cariño que recibes por parte de la comunidad? Me faltan las palabras… Cada comentario que recibo sobre lo que escribo, ya sea una reseña o un libro, es un regalo de incalculable valor. Cierto es que siempre soñé con ser escritora, pero nunca pensé que fuese lo suficientemente buena como para que alguien perdiese su tiempo leyéndome. Cuando esto sucede y, para colmo, te felicitan, es absolutamente increíble.
¿Cuál ha sido el reto más grande que has enfrentado al compartir tu historia públicamente? Cierto es que, cuando llamaron a mi puerta por primera vez, tenía carpetas y cajas llenas de escritos, pero nadie las había leído nunca. Compartir algo que yo había escrito “con los demás” fue para mí como salir a la calle desnuda. Aquella espera sobre la opinión casi me hizo cuestionarme los fundamentos del ser humano. Le di mil y una vueltas a la cabeza. De día, de noche… Lloré, reí y volví a llorar. Y, cuando me calmé, una tarde de verano que ni siquiera estaba pensando en ello, me sonó el teléfono. Aquel día comprendí que todo tiene su momento y su lugar, y que las cosas buenas, muy buenas, se hacen esperar, y es algo que cuesta mucho aprender, sobre todo cuando eres tan impaciente como yo.
¿Qué planes o proyectos futuros tienes para CueNTiTiS CRóNiCa? Me gustaría dedicarle más tiempo del que le dedico en estos momentos, pero la maternidad no me lo pone demasiado fácil. «Cuentitis Crónica» es una prolongación de mí misma, siempre se me están ocurriendo ideas en cuanto al contenido, al formato, que espero llevar a cabo más pronto que tarde. Nació con un propósito sano y completamente altruista: es esa mesa redonda, con brasero y enaguas calentitas, donde me siento a compartir con los demás aquello que siento al leer. El lugar donde cumplo con mi deber de compartir con los demás esas historias que enseñan, que remueven, que hacen reír o que te dejan sin palabras. Es mi remanso de creatividad y, también, la oportunidad de conocer y conectar con nuevas lecturas que, de otra forma, no conocería. He de mantener viva esa “cuentitis” por todos los que pudieran “contagiarse” de ella y descubrir la magia de los libros.
¿Qué consejo darías a quienes están pasando por situaciones difíciles y no se atreven a contarlo o escribirlo? Lo primero que deben tener claro es que no tienen que compartirlo con nadie si no quieren, a pesar de que una de las cosas más efectivas que he aprendido en esta vida es, precisamente, a hablar de lo que nos sucede para sentirnos mejor. Pero escribir es un acto tan íntimo, que puedes empezar haciéndolo solo para ti. Es como hablarte, y necesitamos hablarnos y escucharnos para descubrirnos. Yo les pido que lo intenten, que cojan un lápiz y un papel (se dejen llevar por su aroma, su tacto) y, en el lugar más tranquilo e inspirador que encuentren, dejen salir aquello que sienten. Les aseguro que, al acabar, ya no serán los mismos.
¿Qué significa para ti colaborar con espacios como Alquibla que promueven la cultura y la literatura? Un auténtico privilegio. ¡Gracias! Formar parte del movimiento artístico y cultural me parece una de las cosas más maravillosas que te pueden pasar. Y del mismo modo que no concibo la humanidad sin empatía, no entiendo el aprendizaje y la educación alejados del arte y la cultura. Mis dieces para todos los que dedicáis vuestro tiempo, de forma profesional u ociosa, a transmitir vuestro amor por las letras, por la pintura, por la música… Solo hay que ver el efecto que causan en nuestro estado de ánimo para darnos cuenta que son el alimento del alma y, del mismo modo que debemos cultivar nuestro cuerpo, debemos «nutrirnos por dentro».