Espero que este libro haga viajar al lector sin moverse de su butaca. Que le induzca a soñar internándose en esos 101 vericuetos de una ciudad mágica, bulliciosa, viva, abarrotada y vocinglera. Es, en fin, una guía literaria de la ciudad.

¿Quién es Jesús Greus y cuáles son sus sueños? ¿Ya ha cumplido alguno de ellos? Soy un aventurero del espíritu. Apátrida en tiempos de nacionalismos catetos. ¿Sueños? Procuro seguir cumpliendo día a día el de ser ave migratoria, difícil en estos tiempos del cólera. Mi casa cabe en una maleta. Conocer otros mundos me ofrece estímulo intelectual. Me da materia para escribir y para describir. El viaje físico y el espiritual sólo culminan con la muerte, otra peripecia hacia lo desconocido.

¿En qué momento de su vida toma la decisión de viajar a Marrakech y qué le llevó a escribir Los 101 vericuetos de Marrakech? Tras residir once años en Mallorca, necesitaba vida nueva, otras gentes y otros espacios, nuevos incentivos para escribir. Yo conocía bien Marruecos, aunque hacía muchos años que no lo visitaba. Decidí instalarme en el Sur porque me era más desconocido, y me atraía poderosamente. Permanecí primero dos meses en Marrakech, una primavera, y no pude evitar enamorarme de la ciudad. Regresé el otoño siguiente para establecerme definitivamente.

A través de la lectura he detectado su amor por esa tierra, y todo lo que aprendió de aquel lugar y que tanto le aportó a nivel personal. ¿Cuál es el mayor recuerdo/aprendizaje que se lleva de esa tierra? La generosidad de la gente, su simpatía, su buen humor. También, su picardía y su teatralidad. Vivir en la medina, o ciudad antigua, supone una escuela de vida.

¿Ha querido, a través de su novela, reflejar a modo de «diario» lo que significó para usted aquella ciudad? Este libro no es una novela. Como indica el subtítulo, “Peripecias de un expatriado”, se trata de un libro de memorias. Sí es verdad que está escrito de manera que se lea como si fuera una novela. Lo escribí por encargo de un editor. Y sí, en cierto modo está escrito como si fuera un diario.

Me han resultado llamativas las maneras tan diversas con que se llama a Marrakech, entre ellas La Ciudad Roja, Cruce de Caminos, etc. ¿Podría decirse que es una novela autobiográfica? A Marrakech se la llama la Ciudad Roja, o bien Ocre. Lo demás son apelativos que le he dado yo a fin de definirla. Ya lo he dicho: es una obra autobiográfica de cabo a rabo. No tiene nada de novela puesto que no es ficción. Sus personajes y anécdotas son todos reales, si bien (salvo por tres o cuatro) disfrazados bajo nombres ficticios.

Me resulta curioso que no haya un personaje como hilo conductor si no que es usted mismo quien se inserta en la narración. ¿Ha querido mostrar con su novela una ciudad diferente a cómo la conoce el resto? Según el encargo que se me hizo, el personaje que sirve de hilo conductor soy yo mismo: el narrador. He pretendido mostrar la ciudad tal y como la conocemos y vivimos los residentes en ella: bullanguera, apabullante a veces, bella y amable, pero también a ratos descarnada. Marrakech es una ciudad que no deja a uno indiferente: lo obliga a mirar cara a cara a la miseria, al infierno de algunos destinos, infancias descarriadas, inteligencias desperdiciadas por falta de oportunidades, infamias e injusticias.

Si no me equivoco, ¿ha querido realizar un homenaje al papel de la mujer en esta novela? Y al ansia de libertad que necesita la mujer islámica. Me interesaba denunciar injusticias perpetradas contra mujeres en las clases populares, sí, pero también desmentir estereotipos. Las mujeres de procedencia burguesa gozan de tanta libertad como las del Primer Mundo. No obstante, la mujer musulmana, aún en los estratos humildes, detenta gran poder en el seno de la familia. No sería mujer si no fuera así. Esta es una regla universal: el hombre cacarea en el café entre los amigotes, pero en el hogar, en la mayoría de los casos, ellas llevan los pantalones. En cuanto a las mujeres que portan velo en la calle, la mayoría lo hace por decisión propia y por costumbre cultural, no por imposición del marido.

Sobre el resultado del libro, ¿se basa en anotaciones que fue escribiendo durante su estancia allí o la escribió una vez aterrizado en España? ¿Le llevó mucho tiempo escribirla? Salvo por dos o tres párrafos extraídos de anotaciones escritas durante mis años allí, la primera versión del libro la redacté, con enorme nostalgia, durante el otoño de 2015, el primero que no regresé a Marrakech. Fue desgarrador. Había quemado mis naves al desmontar mi casa, para así obligarme a continuar hacia delante. Retomé el manuscrito más tarde, al regresar a España, por una temporada, desde La Habana y luego desde la propia Marrakech. Al tratarse de un libro de recuerdos, escribirlo no me resultó nada difícil: no necesitaba inventar una trama novelística.

Hay un momento de la novela en que califica Marrakech como «el mejor lugar del mundo». ¿Qué es lo que le cautivó de esa tierra que tan bien se ve reflejado en la novela? Cuando uno está enamorado de un lugar, siempre es el mejor del mundo. Me cautivó, a primera vista, el hecho de ser un país más primitivo que el nuestro, la belleza aún intacta de sus campos, cultivados tal y como se hacía aquí antaño, con arados tirados por mulas y asnos. Paisajes aún vírgenes, espectacular arquitectura milenaria de adobe entre riscos y valles de alta montaña, o en medio de los inmensos palmerales del Sáhara. Y más aún me hechizó la ciudad: nada en ella es anodino, incoloro ni insípido. Todo tiene allí sabor y aroma. Orbe de contrastes, no este sucedáneo desabrido en que se ha convertido el llamado Primer Mundo. ¡Aquello es la vida real!

Referencias a Louis Lerne o Juan Goytisolo no pasan desapercibidas en la novela… ¿Han sido ejemplos o influencia para usted? Ante todo, han sido amigos, sobre todo Louis Lerne, pseudónimo literario de un amigo muy íntimo, con quien compartí vivencias, momentos, risas y llantos.

¿Qué tipo de valores ha querido reflejar en la novela que conforman parte de usted? Ya lo dije: la generosidad, el sentido del humor (me culpo de perderlo a veces), la pillería o la comedia para reaccionar en situaciones inesperadas, y también el arte de la mentira, que yo detestaba hasta que aprendí allí, en la calle y en la vida cotidiana, enfrentado a un mundo a ratos crudo, que echarse un farol a tiempo puede resultar un arma enormemente eficaz en situaciones escabrosas.

Como soy persona de fijarse en los detalles, me ha gustado mucho el capítulo que hace referencia a las miradas, y a los olores, de las gentes de allí. ¿Podría destacar algo al respecto? En las calles de Marrakech hay miradas que matan. Las hay que enamoran a primera vista, seductoras y risueñas. Hay miradas oscuras, ladinas, procaces, dañinas. ¡En Marrakech no hay miradas indiferentes! Hasta las de los niños conmueven por su intensidad… En cuanto a los olores, dan contraste a la vida. El aroma a azahar en primavera y en otoño resulta embriagador, al igual que la fragancia a especias recién molidas en algún zoco. Pero, al poco, transita uno por una calleja donde huele a albañal. Si a alguien no le gusta, que regrese corriendo a nuestro mundo aséptico, desinfectado y esterilizado. Yo elijo lugares más descarnados, aún a costa de sacrificar ciertas comodidades.

En la novela, además de los apartados de ficción, también hay lugar para la historia, y se nos hace referencia a la lengua y a las características de la cultura árabe islámica. ¿Le llevó mucho tiempo documentarse para escribir la novela? ¡En este libro de memorias no hay un solo ápice de ficción! Escribirlo no me exigió ninguna labor de documentación, por la evidente razón de que me limité a describir lo que había vivido durante quince años, inmerso en la cultural local. Es una crónica basada en elemental observación. Tampoco me documenté acerca de la historia de la ciudad. Cuando escribí estas páginas, ya la conocía por haber leído sobre ella, como todos los residentes allí. Respecto a la lengua, la estudié a conciencia, la hablo bien y me resultó de enorme utilidad en la vida diaria. Aparte de permitirme dar conferencias y participar en programas de radio y alguno de televisión, hablar árabe marroquí me facilitó, por ejemplo, escribir mi libro de cuentos morunos: “Laberinto de aljarafes”.

¿Cuándo dio por concluida la novela? ¿La escribió de tirón o hay alguna de sus partes que le llevó mucho más tiempo? Escribí de un solo golpe la primera redacción, a la que siguieron posteriores añadidos y correcciones. Como siempre, un libro debe dejarse reposar para retomarlo más adelante con ojo crítico. Con todo, fueron páginas muy placenteras de escribir. Es mucho más duro desarrollar una novela.

Las experiencias personales también tienen lugar en la novela y la oportunidad de conocer a personajes ilustres como Paloma Picasso o Diego Vargas entre otros.  El libro sólo consta de experiencias personales y de retratos de personas reales. Diego Vargas es un nombre ficticio para quien fue amigo, vecino y confidente.

¿Qué nos puede contar del capítulo Voces del pasado o Adiós? Son capítulos preciosos y llenos de sentimentalismo. El capítulo titulado “Voces del pasado” fue un añadido de última hora, escrito desde la añoranza. Son recuerdos y sabores de mi barrio y de mis vagabundeos por la vieja medina. El último capítulo, titulado “Adiós”, rezuma ese taciturno sabor de las despedidas. Parodiando a Kavafis: siempre llevaré la Ciudad dentro de mí.

¿Compartiría con los lectores de Alquibla algún fragmento del mismo..“Marrakech, la Ciudad Roja casi ya milenaria, campamento camellero cuyo nombre árabe-bereber nos advierte “pasa de largo”. Marmita efervescente de culturas y de lenguas, cruce de caminos, etapa de caravanas, cuna de santos y de locos, refugio de videntes, de poetas y de músicos, guarida de pícaros y paraíso de iluminados. Tierra, en fin, de expatriados.”

¿Siempre tituló así a su libro o pasó por varios títulos? Como suele suceder, di vueltas a diversos títulos. A menudo, un título surge de una frase del propio libro. En este caso, divagué sobre la idea del laberinto, lo que mejor describe una ciudad árabe. Por otra parte, se dice que Alá tiene 100 nombres; en realidad, 99. El número 100 es secreto. A partir de ahí, era obvio jugar con un símil de las 1001 noches. Así quedó en 101 vericuetos.

¿Fue leído por muchas personas antes de su publicación? Antes de publicarlo sólo leyó el manuscrito una amiga de allí. Como es lógico, reconoció a todos los personajes descritos.

Agradecerle su visión desde dentro por enseñarnos una ciudad y sus gentes, diferente a través de sus ojos y de sus vivencias allí. Algo que añadir… Espero que este libro haga viajar al lector sin moverse de su butaca. Que le induzca a soñar internándose en esos 101 vericuetos de una ciudad mágica, bulliciosa, viva, abarrotada y vocinglera. Es, en fin, una guía literaria de la ciudad. Confío en que estas páginas ayuden a conocerla desde dentro. Les invito a perderse en sus páginas como entre tortuosas callejuelas. Siempre hay algo inesperado a la vuelta de un recodo.

Entrevista a Jesús Greus con su novela Los 101 vericuetos de Marrakech
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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