Pintor español considerado como el máximo representante de la escuela barroca hispana, los profundos estudios que los eruditos nacionales y extranjeros le han dedicado han hecho de él un personaje perfectamente conocido hasta en sus más mínimos detalles. Así, se cuenta en la actualidad con un monumental corpus bibliográfico, a él referido que se inicia ya en fuentes coetáneas suyas y algunas citas dieciochescas, aun cuando es a partir del siglo XIX cuando se haya reunido la mayor parte de la amplia documentación que se posee.

Conservada la partida de bautismo del artista en la iglesia de San Pedro de Sevilla, se sabe que nació en los primeros días del mes de junio de 1599; hijo de Joao Rodríguez de Sylvia y Gerónima Velázquez, sevillanos ambos, pero de ascendencia portuguesa, creció en un ambiente socialmente modesto, aunque con los recursos suficientes para darle una buena educación.

Sus inicios en el campo pictórico fueron ciertamente precoces, puesto que, si bien es un tanto discutido su ingreso en el taller de Herrera el viejo hacia el año 1609, dato recogido por Palomino, se halla bien demostrado que el 1 de diciembre de 1610 empieza su aprendizaje con Francisco Pacheco, tal como se cita en el contrato que el 27 de septiembre de 1611 firmaron su padre y este pintor por un periodo total de seis años. En el año 1617 Velázquez obtuvo la licencia de pintor, entrando inmediatamente a formar parte del gremio local de San Lucas, tras haber superado el examen efectuado ante su propio maestro Pacheco y Juan de Uceda. Entre esta fecha y la de 1622 permanece en Sevilla, ciudad en la que tuvo su propio taller, siendo en tal año, seguramente en el mes de abril, cuando se traslado por primera vez a Madrid.

En 1623 fue introducido en la corte por el sevillano conde de Peñaranda, obteniendo con fecha 6 de octubre el nombramiento de pintor del rey tras haber demostrado nuevamente su talento retratístico. En este momento se inició una etapa dedicada casi a la realización de retratos. En 1627, en el mes de marzo, recibe el cargo de ujier de cámara, recompensa lograda al haber resultado triunfador en el concurso organizado por el propio Felipe IV entre sus pintores de cámara que además del propio Velázquez eran Vicente Carducho, Ángelo Nardi y Eugenio Caxés, concurso cuyo tema obligado fue la Expulsión de los moriscos.

Tras sus contactos con Rubens en 1628, el subsiguiente acontecimiento importante para su carrera fue su marcha a Italia, autorizada el mes de abril de 1629. Allí permaneció desde agosto de este año hasta los últimos meses de 1630, periodo durante el cual visitó Génova, Milán, Venecia, Ferrara, Centro, Loreto, Bolonia, Roma, Venecia y Nápoles.

Reinstalado en la corte madrileña, fue nombrado ayuda de guardarropa el 28 de julio de 1636 y permaneció en la ciudad hasta 1644, año en el que acompañó a Felipe IV a un viaje de pocos meses por tierras de Aragón. En 1648 efectuó su segundo viaje a Italia, formando parte de la comitiva del duque de Nájera, que debía recoger en Trento a la futura esposa del rey, la archiduquesa Mariana de Austria; en esta ocasión, recorrió Génova, Milán, Padua, Venecia, Módena, Parma, Florencia, Roma y Nápoles. Ingresó en enero de 1650 en la Academia de San Lucas de Roma, ciudad donde conoció entre otros a Bernini, Rosa Poussin y Cortona.

Regresó a la corte española en la primavera de 1651 y el 16 de febrero de 1652 obtuvo el cargo de aposentado mayor. En el año 1658 se le otorgó el hábito de caballero de Santiago. Su última actividad oficial consistió en la adecuación de la residencia real de la isla de los Faisanes, en el mes de abril de 1660, puesto que en julio se sintió enfermo y murió el 6 de agosto de ese mismo año.

El catálogo de obras de Velázquez es muy extenso, aun cuando son escasas las documentadas. Se aceptan como sus primeras realizaciones indiscutibles los lienzos Mujer friendo huevos, San Juan Evangelista en Patmos, y la Inmaculada Concepción todos ellos datables hacia 1618, aun cuando solo con seguridad el primero. De 1619 es La Adoración de los Reyes Magos y de 1620 los retratos del Padre Cristóbal Suárez de Ribera y de la Madre Jerónima de la Fuente discutidamente firmados y fechados ambos.

En 1622 durante el primer viaje a Madrid se sabe que realizó un retrato de Luis de Góngora por encargo de Pacheco, pero actualmente se duda su identificación con alguno de los diversos ejemplares existentes, de entre los cuales sobresalen los conservados en el Museo de Bellas Artes de Boston y en los del Prado y Lázaro Galdiano de Madrid. De 1623 se sabe que era el retrato de Juan de Fonseca que le abrió las puertas de palacio donde en el mes de agosto retrataría ya al rey Felipe IV, obra que se ha querido identificar con la existente bajo el repintado radical que de la misma habría efectuado en 1628, hoy en el Museo del Prado. Los dos retratos del rey Felipe IV y del Conde duque de Olivares que en el año 1624 le contrató Antonia de Ipeñarrieta se vienen identificado con los de cuerpo entero que se conservan, respectivamente en el Metropolitan Museum de Nueva York y en el Museo de Arte de Sao Paulo.

En 1625 pintó un retrato ecuestre de Felipe IV, que le dio gran fama así como otro de Gaspar de Guzmán, conde duque de Olivares, identificado con el que figura en la Hispanic Society of América, de Nueva York. Su premiado lienzo sobre la Expulsión de los Moriscos ha desaparecido; después de éste, el primero que cronológicamente se conoce del Velázquez nombrado ujier de cámara es el denominado El triunfo de Baco o Los Borrachos.

Realizadas durante su viaje a Italia se consideran algunas telas, como Jacob recibe la túnica de José, La fragua de Vulcano y el Cristo crucificado firmado y fechado en 1631 procedente del convento de las Bernardas de Madrid. El 24 de septiembre de este año se pagaron a Velázquez unos retratos regios para enviarlos a la corte alemana, que algunos investigadores han identificado con los de cuerpo entero, hoy reducidos, de Felipe IV e Isabel de Borbón. Es difícil precisar qué obras de las que entregó para ornato del llamado Cuarto real del Palacio del Buen Retiro, cobradas en primera cuenta el 6 de julio de 1634 se conservan, pero son ciertas de este momento La rendición de Breda o Las lanzas, tal vez en 1635 y los retratos ecuestres del Conde duque de Olivares y el Infante Baltasar Carlos, todos ellos en el Museo del Prado.

De 1635 se considera la serie de retratos encargada para decorar la torre de la Parada: Felipe IV, el Cardenal Infante Fernando y el Príncipe Baltasar Carlos, representados como cazadores, de cuerpo entero y acompañados de sus perros, telas expuestas hoy en el Museo del Prado. De este mismo año se consideran los retratos ecuestres, que guarda ese mismo museo, de Felipe III, Margarita de Austria, Felipe IV e Isabel de Borbón destinados al Salón de los reinos del Palacio del Buen Retiro, creyéndose que mientras en los dos primeros, obra de otro pintor, tan solo realizó unos retoques adecuadores, en cambio ejecutó en su totalidad los segundos.

Sin duda la etapa inicial es la más oscura y difícil de precisar, sobre todo por la escasez de piezas documentadas con que se cuenta y la heterogeneidad y abundancia de discutibles piezas atribuibles a ellas. Tres son las temáticas que muestra: bodegones con figuras, retrato y la escena religiosa; los personajes suelen ser escasos y en pose; la composición es muy simple, a base de un doble plano y trazando con las líneas de fuerza un triangulo; el punto de vista es cercano; los efectos lumínicos son muy contrastados; los fondos suelen ser menospreciados; la línea del horizonte aparece elevada; el enfoque es de un realismo mimético externo, buscando la reproducción fiel y minuciosa de los más mínimos detalles, objetividad al servicio de la cual se halla una técnica apurada que emplea una pasta densa y abundante en tonos terrosos.

Con base a estos principios se pueden atribuir a la mano de Velázquez telas como Los músicos, El almuerzo y Busto de hombre, las tres fechables antes de 1618 así como Jesús en casa de Marta y María, la cena de Emaus, Dos hombres comiendo y el Aguador de Sevilla, las cuatro posteriores a 1618.

Dentro de su segunda etapa, la fase inicial supone el abandono de la temática bodegistica y religiosa a favor exclusivamente del retrato, en el que emplea una gran simplicidad de recursos y presenta las figuras de busto o cuerpo entero, de tres cuartos, mirando al espectador y colocadas en un interior cuyo fondo apenas si está esbozado; las actitudes son quietistas; los detalles de minuciosa precisión y muy escogidos; las líneas del horizonte es elevada, y la interpretación es de un realismo total; las vestimentas son elemento de volumetrización esencial y la paleta se mantiene oscura. Se pueden considerar de este periodo piezas como el Retrato de Pacheco, y su supuesto autorretrato quizá de entre 1622 y 1625 ambos en el Museo del Prado.

El primer viaje a Italia abre una fase diferente, pudiéndose señalar algunos elementos innovadores básicos; mayor cuidado por el desnudo humano, empleo de composiciones bastante complejas, donde las figuras se ordenan espacialmente en círculos u óvalos, prolongados siempre en uno de sus extremos hacia el infinito; el ambiente aparece más elaborado; los fondos dejan de ser lisos, uniformes y monocromos para englobar motivos paisajísticos; la paleta se anima cromáticamente dando entrada a una mayor proporción de colores cálidos y contrastándolos con algunos toques de frio de colocación estudiada, la técnica se hace asimismo mas suelta, sin apurar los acabados contra el rigor de sus obras primeras, incluso la temática experimenta una transformación radical, puesto que además de volver a pintar cuadros religiosos, aborda de modo decidido la mitología y ejecuta retratos escenificados al aire libre, tanto a pie como ecuestres.

La tercera y última etapa artistas de Velázquez, la que media entre el segundo viaje a Italia y su muerte debe verse ya mucho más como fruto de la evolución interna de los principios con anterioridad establecidos, aunque ciertas características se presentan como nuevas: el desarrollo amplísimo de la paleta, dando entrada a una riqueza cromática insospechada, el progresivo papel concedido a los motivos secundarios, el cuidado de la ambientación de interiores, la libertad técnica de dejar las pinceladas absolutamente inconexas, y sobre todo, el dominio auténticamente innovador y trascendente de la perspectiva aérea cuya finalidad consiste en dotar de profundidad a las composiciones, no solo a trasvés de las estructuras arquitectónicas y geometrizables sino a partir del supuesto medio atmosférico, el cual difumina los términos lejanos, para dejar ver con mayor nitidez los más inmediatos. Atribuibles por razón de estilo a esta su última década son los retratos de Mariana de Austria, la infanta Margarita, Busto de Felipe IV y el Príncipe Felipe Próspero.

 

Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
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Editado en Alicante por Eva María Galán Sempere
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